Relaciones de viajeros

330 ESTUARDO NU1'!EZ españoles, únicos dueños legítimos del Perú. La indignación se le– vantó a tal punto en consecuencia, que en las reuniones privadas no se oían sino execraciones contra los traidores: fue necesario po– ner guardia en la puerta de Torre Tagle y rara vez se le vio después afuera y, en este caso, de la manera más oculta. Además de la mayor parte del último gobierno patriota, nume– rosos oficiales, encontrando que ahora iban a ser sometidos a la rígida disciplina de Bolívar, se quedaron en Lima y prestaron sus nombres a los generales españoles, que exageraron el número de deser ciones, divirtiendo al público diariamente con los títulos de los oficiales con quienes. aseguraban falsamente estar en correspon• dencia. Mi hijito mayor continuaba aún tan enfermo en Lima que vime más de una vez obligado a buscar sitio donde se disfrutase de mejor aire. En consecuencia, lo mandé con una sirvienta a Miraflores, a casa del alemán que allí vivía. Yendo a verle un día encontré que una partida de ladrones había entrado en la casa y maltratado ho– rriblemente al pobre alemán y su esposa, para hacerles descubrir el dinero: nuestra sirvienta no escapó sin gran dificultad. En verdad los caminos vecinos a Lima estaban tan infestados de bandidos que era inseguro salir cien yardas de las murallas. El general Monet puso el gobierno ejecutivo de Lima en manos del conde de Fuente González, respetable noble peruano, adicto a los intereses españoles, y nombró al coronel Ramírez gobernador militar de Lima: era coronel del regimiento español de negros de Arequipa, y puede llamár sele duplicado de Rodil, más cruel si era posib le. Durante su mandato, al pasar el puente vio dos hombres que se imaginó reconocer: los acusó de desertores y ellos asintieron pidiendo misericordia : inmediatamente mandó venir soldados del palacio, los fusiló donde estaban parados y dejó los cadáveres en el puente. Otro ejemplo, mostrará suficientemente su carácter: poco después de su entrada en Lima, el dependiente sueco de una casa de negocio, al pasar una guardia y dársele el "¿quién vive?'', con– testó por equivocación la patria, señal de los independientes a que estaba acostumbrado. Sin embargo, inmediatamente enmendó su error gritando "La Espai1a"; no obstante, se le aprisionó y por or– den de Ramírez, fue atado de manos y pies, y mantenido algunas horas en el temor de muerte inminente; el mismo Ramírez entró en el calabozo y marchando con la espada desenvainada la ponía en el pecho del preso como si intentase matarlo. Era tan temido como si fuera el Omnipotente, y con frecuencia, entraba en las casas de noche con soldados disfrazados para llevarse los pobres ob jetos de

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