Relaciones de viajeros

RELACjONES DE V!AJEROS 331 su venganza. Los limeños, al principio contentos con el nombramien• to de Fuente González para gobernador, juzgando favorablemente las intenciones de los españoles por esta causa, se chasquearon doloro– samente al encontr~r el mando efectivo en manos de Rodil y Ramí– rez, teniendo el gobernador civil solamente poder en el nombre. - Monet luego reunió todas las fuerzas que pudo sacar del Callao para juntarse con Canterac en Jauja, llevando consigo los oficiales del regimiento Río de la Plata, y otros confinados en los castillos. Estos pobres marcharon a pie, en el estado más mísero, sin ropas, una distancia de 600 millas hasta la isla Chucuito, en el lago Titica– ca. Tuve oportunidad de ver una carta, escrita por uno de ellos en el camino a un amigo, rogándole le mandara alguna ropa usada y le comprara bestia para conducirle, pues si no perecería en el camino de frío y de cansancio. Fueron encerrados la noche antes de partir en una iglesia de Lima, y dejaron la ciudad, muy lamentados por los habitantes que no podían menos de sentit remordimiento por aquellos hombres, otrora los primeros en las reuniones alegres de Lima, que por sus maneras agradables, lindos uniformes y buenas figuras habían con frecuencia excitado admiración. Me informó un oficial español, que la división de ejército man– dada por Monet, en el camino de Lurín para incorporarse a Rodil, sufrió las más grandes penalidades. Era invierno en la Cordillera, y los hombres fueron obligados a marchar tres días y pasar tres no.. ches entre la nieve, casi sin alimento; y cuando bajaron a los ardien– tes arenales de la costa, estaban tan cansados por las marchas for– zadas y el cambio de clima, que un regimiento no podía seguir más adelante. El coronel del regimiento enancó a un hombre para animar a los demás a marchar; pero hallando que esto era inútil sacó un hombre de cada compañía y los fusiló. En las marchas, acostúmbrase siempre que un cuerpo de caballería siga al ejército y se ocupe de despenar todos los rezagados. Cuando un regimiento acampaba de noche, tanto miedo tenían los españoles a la deserción, que siempre hacían vivaquear un batallón en cuadro, colocando centinelas de confianza para hacer fuego a todos los que intentasen escapar. Durante estos sucesos Bolívar se valía constantemente de agen– tes en Lima que le enviasen noticias de lo que allí ocurría: un coro• nel colombiano en particular estuvo largo tiempo en la ciudad con diferentes disfraces: a veces de soldado español. Cierto día una per– sona vino a mi casa y afirmó tener conmigo asuntos de la mayor importancia. Después de mucho vacilar, díjome ser agente de Bo– lívar en Lima, y oyendo que yo era ~:randísimo patriota, me pedía

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