Relaciones de viajeros

RfiLACióNM f>E VÍÁJÉRÓS Como la Fly estaba fondeda dentro del tiro de las bateriías y ei capitán Martín había insinuado duda en cuanto a protegerme en caso que el gobierno español me detuviese, no sabía qué hacer, y por tanto necesitaba particularmente su consejo y ayuda. Muy en– trada la tarde resolví, cualquiera fuese la consecuencia, ir a ·tierra y volver a ver al capitán Martín. Como iba en bote de barco de gue– rra, se nos permitió bajar, aun después de la hora reglamentaria, la puesta del sol. Pasé la noche en el Callao con mi familia, y por la mañana el amigo que primero me acompañó a ver a Rodil, fue a los castillos a fin de conseguir permiso de embarque para la familia. Se dió orden verbal al capitán del puerto, que casualmente estaba con el gobernador, quien, al mismo tiempo, le encomendó asegu– rar al "señor enviado". Así que se permitió a mi familia a bordo del Crown, alquilé un caballo y partí para Lima, donde llegué al me– diodía del miércoles. Conversé acto continuo con el capitán Martín, que parecía sorprendido de mi venida a tierra; pero al mismo tiem– po dijo creía no había más que esperar tranquilamente la respuesta de una carta que tenía la intención de escribir al virrey interesán– dose por mí: convino en que mi situación era muy penosa e incó– moda, pero no creía que peligrara mi persona. Hallando ahora que nada podía hacerse mediante negociación, resolví intentar escaparme, cualquiera fuese el resultado. Conocía bien el carácter de mis enemigos; quizás me dejarían sin molestar– me mientras sus asuntos siguieran prósperos, pero poco tendría que esperar si los independientes readquiriesen preponderancia. La si– guiente consideración, después de haber resuelto escaparme, fue so– bre los medios de efectuarlo: deseaba especialmente intentarlo, de tal modo que, tomado in fraganti, no pudiese ser sometido a las le– yes vigentes; pues tenía toda razón para saber por el carácter de Rodil, que debía esperar poca bondad de parte suya en caso de to– márseme en violación directa de una orden militar. Mi amigo el doctor Bennet que había asistido a mi familia du– rante nuestra estada en Lima, y con quien estaba en términos de in– timidad, había bajado hoy al Callao; y cuando volvió a la tarde di– jo, que al ir a bordo de un barco donde tenía algo que hacer, fué llamado en el muelle por el capitán de guardia, quien preguntóle nombre, domicilio, etc., y vio una lista de personas a quienes no se permitiría el embarque, entre las cuales estaba yo. Por tanto hallé que Rodil tomaba las cosas a lo serio: no obstante, no me acobar– dó este nuevo peligro, y r esolví intentar el experimento, estribando la dificultad principal en elegir entre la variedad de planes que me sugirieron. Al salir del Callao nos entendimos con el capitán Cragg,

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