Relaciones de viajeros

336 y bondadosamente me prometió toda la ayuda que pudiera darme, sea deteniendo su barco o recalando en cualquier puerto de la cos– ta adonde pudiera escaparme. Al principio pensé ocultarme hasta que obscureciese, en Miraflores, y luego alquilar una canoa en Cho– rrillos que me sacase de noche, y quedarme afuera de la isla San Lorenzo para que el Crown me tomase a bordo después de zarpar del Callao; pero encontré muchas dificultades en esta empresa: ha– bía una compañía de soldados apostada en Chorrillos para impedir el embarque de cualquier persona, y los indios estaban tan asusta– dos por la disciplina militar de los españoles, que acaso ninguna recompensa los decidiría a correr el riesgo. Además, en la bahía de Miraflores hay siempre tanta marejada, que sería muy peligroso tratar de embarcarse allí, y, de noche, quizás impracticable. Otro plan que me sugirieron fue salir de Lima disfrazado y de noche, yendo ·a cabal_lo a una región deshabitada de la costa, diez le– guas de la capital, donde me tomaría el Crown que iría a buscarme. A este proyecto se oponían aún mayores objeciones: en primer tér· mino no podía confiar en la fidelidad del arriero, en caso de en– contrarlo para llenar la tarea; y también si hubiera conseguido guía de esta clase, debía pasar por las puertas de la ciudad con pasa– porte fraguado y luego seguir por Lurin, puesto español, además de otros lugarejos donde lo debía mostrar: agréguese todas las co– municaciones interrumpidas por las hordas de bandidos que fre– cuentaban el camino, y por fin, suponiéndome llegado a mi puerto, aún corría riesgo que el Crown no diese con él o fuese sacado mar afuera por el viento: la presencia del barco allí podía despertar sos– pechas en la vecindad, y todo el proyecto fallar en consecuencia. A toca costa resolví intentar mi primer plan, que era salir del Callao abiertamente a la luz del día y por el muelle donde se mostró mi filiación. El jueves de mañana, almorcé temprano en Lima con el agente del Crown que también bajaba al Callao; y, una vez conseguido ca– ballo de alquiler, partimos como a las diez para el puerto, aunque había orden expresa que nadie saliese de la ciudad sin pasaporte y guardia en la puerta para hacerla cumplir. Sin embargo, confortá– bame saber que la orden a veces se eludía y poco peligro había que recelar, a menos le enviasen instrucciones especiales del Callao como conscuencia de haber yo desaparecido. Pasamos a caballo alegre– mente, tocándonos el sombrero ante la guardia, y pasamos sin lla– mar mayormente la atención, y a eso de las once y media llegamos a la puerta del Callao. Los centinelas aquí eran mucho más exigen– tes que en Lima, pues era plaza fuerte; pero resolví pasar de largo,

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