Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 343 que se disputaban poseerla, estaban encontrados. Los habitantes in– comodados, molestados, ocultaban celosamente sus riquezas. Los conventos, aunque protegidos por una creencia religiosa exclusiva, se despojaban de las estatuas de oro de los santos o de la plata maciza, que eran adorno de sus altares. Esta ciudad, en una palabra, no era ya sino la sombra de sí misma; y su antiguo esplendor, bajo varios virreyes castellanos, se había oscurecido grandemente. La posición que ocupa Lima no tiene nada de atrayente. Un con– siderable desenvolvimiento de murallas encierra la ciudad en un extremo de la vasta llanura que ocupa, al pie mismo de una cadena montañosa que se adelanta de la cordillera de la costa, y cuyos pun– tos culminantes son los montes de San Cristóbal y Amancaes. Pero los escarpados flancos de esas montañas chocan a la vista por su desnudez, y la llanura del contorno, despojada de árboles, no ofrece espesuras y charcos de agua sino de trecho en trecho, que se alternan con cabañas y algunas plantaciones logradas en medio de aguazales. Estas propiedades rurales están circuídas por muros de tierra sólida– mente construídos, según el método peruano, los que se llaman ta– pias, que difícilmente se malogran bajo un cielo que casi nunca llueve. Las calles están alineadas y se cortan en ángulo recto. Raras veces tienen las casas más de un piso, y la planta baja está cons– truída en forma tal, que ofrece un largo vestíbulo, cómodo para tomar el fresco. Estas viviendas, muy elegantes en el interior, no tienen sino una fachada desnuda sobre la calle, sin ventanas, y con una sola salida. Por dentro, las casas suelen estar generalmente cu– biertas por frescos mal ejecutados, aunque hacen un buen efecto a la distancia. Las habitaciones de la gente acaudalada son notables por la profusión de dorados y por una regular disposición de todos los departamentos, de modo que el que pasa por la calle ve una larga avenida, que termina ordinariamente en una escalinata adornada con floreros, mientras que a los costados, las puertas con finas rejas y verjas doradas y pintadas, dan un suave prestigio a estos asilos vo– luptuosos. Es en estos lugares a los que van las damas a respirar el aire puro, descansando sobre almohadones colocados en el suelo. Esta serie de peristilos en la que se pierde la vista, me ha complaci– do singularmente, y reemplaza con cierta gracia el estilo más gran– dioso de las construcciones europeas, que serían impracticables en el Perú, donde los frecuentes temblores hacen, ondular la superficie del suelo. La parte sólida de las casas se levanta, pues, con ladrillos cocidos al sol [adobes N. del Trad.], o con travesaños sólidos y lige– ros de bambú, enlucidos con un yeso sutil, cuyas pulidas superficies se prestan para recibir un color agradable y adornos de fantasía.

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