Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 345 El paseo más en boga está situado al norte de la ciudad, en un antiguo arrabal. Es una alameda plantada en las orillas del Rímac, cuyas aguas, en ese sitio, bajan impetuosamente por debajo de un puente en piedra, muy sólido. Frescas umbrías y graciosos jardines, de los que se elevan las brillantes palmeras, hacen que esta parte de la ciudad sea digna de la predilección que le acuerdan las damas de Lima. Fuera de las murallas existe, aislado, un monumento, lla– mado fastuosamente el Panteón. Era la sepultura de los antiguos vi– rreyes. La plaza de la Inquisición se llama hoy día de la Constitución. Tiene forma triangular, no habiendo nada de notable en ella, como no sea el terrible palacio que le prestó su nombre, que permanece en pie como el testimonio más evidente de un fanatismo delirante y feroz. Es allí donde sesionan los diputados de las provincias. El pavimento de las calles se compone de redondos pedruzcos, . arreglados simétricamente, aunque fastidiosos para las personas que van a pie. Nada recuerda hoy día esos tiempos de adulación y de opulencia, en los que había comerciantes tan ricos que hacían pavi– mentar con plata maciza la calle principal por la que el virrey, du– que de la Palata, vino en 1682 para tomar posesión del gobierno. Una agua fresca y límpida, constantemente derivada del Rímac, discurre por los arroyos de una buena parte de las calles, y princi– palmente de las que están en la vecindad del mercado, sito en una pequeña plaza, con abundancia de frutas y legumbres. , Los establecimientos públicos son la universidad, consagrada principalmente a la teología, la sala de espectáculos, el circo para las corridas de toros, la biblioteca, donde hay amontonados en de– sorden a lo más unos ocho mil volúmenes; la Casa de la Moneda, aunque no hay nada en estos edificios que sea digno de ser descrito. En cuanto a las iglesias y conventos, su número es considerable: y es que, en efecto, en esta gran ciudad se dieron cita las mil y una congregaciones monásticas, con sus prejuicios, su fanatismo, su ocio– sidad y sus costumbres tan variadas como curiosas. De entre todos los templos elevados a la gloria de Dios en la ciudad de los Reyes, los que más atraen las miradas del viajero, son la catedral y la iglesia de Santo Domingo. En lo externo, estos edificios no se alejan en absoluto del sistema de construcción adop– tado en el país: sus muros son de ladrillo, revestido de yeso y pin– tados al óleo; sus campanarios, reforzados con cañas, son cimbrean– tes, no temienao en absoluto a los terremotos, tan frecuentes en esta parte de América. Pero al penetrar en el santuario, el ojo de un extranjero no puede menos que deslumbrarse ante la profusión de los adornos que recargan a los altares. Sólo se trata de cinceladuras

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