Relaciones de viajeros
346 ESTUARDO NU.f:l'EZ y doraduras o piedras preciosas incrustradas en las columnas, en los capiteles. El oro y la plata refulgen por todos lados, pero lo exótico y absurdo se han encargado de repartir estos metales. Estatuas de santos ocupan hornacinas, de t recho en trecho. El grosero cincel que les dió vida, no ha insuflado en absoluto a estas imágenes el pres– tigio de las bellas artes: no pudiendo hacerlas hermosas, se las ha hecho ricas, pues la mayor parte de entre ellas valen sumas conside– rables. Yo he visto en las iglesias de La Merced, de La Magdalena y de San Agustín, santo de plata, cuyos mantos eran de oro; las co– lumnas que sostienen a los altares, guarnecidos de placas de plata; y el de Nuestra Señora del Rosario, cincelado en oro y pletórico de piedras preciosas! Las balaustradas, los púlpitos refulgen cuando los cir ios proyectan contra ellos su pálido y débil resplandor:=¡Es para deslumbrarse ver al prelado oficiar en medio de esta pompa y de este lujo! ¡Cuántos peruanos habrán perecido en las profundi– dades insalubres de las minas para arrancar a la tierra estas rique– zas tan orgullosamente prodigadas en los altares de un Dios cle– mente, misericordioso, nacido en un establo! ... Aunque sumergida del todo por un fanatismo que no perdona absolutamente, la nueva república, urgida por las necesidades, trató de dar a los apóstoles vestidos más modestos. Los españoles, po– seedores de minas, forzaron a los insurrectos, limitados a su valor y privados del nervio de la guerra, a recurrir en el primer momento de su independencia a estos inesperados recursos. Se extrajo, en efec– to, más de tres millones de algunas capillas; pero los curas levanta– ron tal grita, y tan violentamente 1 y el escándalo de los fieles fue tan grande, que fue preciso renunciar muy pronto a este género lucrativo de explotación. Según un adagio muy conocido, la iglesia recibe con gusto, pero no devuelve nunca. Es así cómo un padre que me acompañaba en esta visita, no cesó de echar maldiciones contra los infames patriotas, violadores de imágenes sagradas, que ellos las habían aplicado a las necesidades de una república impía, maldita, según dijo, por todo cuanto tiene corazón de hombre, y so– bre todo de fraile, renfunfuñó entre dientes. Se trabajaba en reparar una de estas capillas transformadas en piezas acuñadas. Un artista francés, llegado recientemente al país, estaba encargado de la res– tauración, y el buen gusto y la sencillez de esos adornos, contrasta., ban de una manera muy notable con la profusión y la extravagancia de los altares del contorno. Suelen suspenderse muy a menudo pa– jarillos vivos encerrados en jaulas, en los pilares del altar mayor, y las imágenes de la Virgen están vestidas siempre con ropajes de seda y oriflamas, con anchos cestillos. Llegué a ver una con una peluca
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