Relaciones de viajeros
MLACIÓNES DE. VIArnRoS 347 empolvada en blanco, el moño de la cual, ancho y bien abastecido, escapaba por debajo de un bonete de tul: ¡cómo podría un espíritu verdaderamente religioso obligarse a rezar a semejante patrona, sin ser ofendido por la mogiganga de los que la disfrazaron tan extra– vagantemente! ... ·A pesar de que los campanarios de las iglesias están construí– dos con mimbres o cañas, son altos y están recargados de campanas. El estuco, que forma una espesa capa en su superficie, existe en abundancia en las yeseras de los valles cordilleranos: excelente por su cohesión y lo pegajoso de sus moléculas, se presta fácilmente para las molduras y las impresiones que se le imparten, a fin de simular cornisas y los saledizos de las piedras talladas. Escalando a estos campanarios, uno siente que vacilan bajo los pies. Este fe– nómeno es mucho más sensible cuando las campanas se ponen a repicar, y se concibe que este género de contrucciones, que les per– mite seguir las oscilaciones del suelo, es inapreciablemente ventajoso cuando hay esos temblores de tierra, tan frecuentes en el Perú, que tantas veces asolaron Lima de manera tan desastrosa, sobre todo en 1678 y 1682. (5). Las costumbres y los usos de un país a cuatro mil leguas de Francia, modificados por la influencia de un clima abrasador, por la ignorancia y el fanatismo, y ante todo por la abundancia de un metal con el que se puede conseguir todos los placeres de la vida, tienen que ser naturalmente opuestos a nuestras ideas. Agréguese a ello las guerras civiles que han causado tanto tiempo estragos al Perú, y se concebirá fácilmente que el cuadro que yo esbozo, lejos de ser exagerado, queda todavía por debajo de la estricta verdad. Se calcula la población en 70.000 habitantes. De este número, se cuentan 8.000 frailes repartidos en quince monasterios. Las muje– res ocupan diecinueve conventos, y los pobres ocho hospitales. En todas las calles, en efecto, no se ven sino hábitos monásticos de todo color; y lo que me pareció más original, fue ver negros con hábitos, peinados a lo Basilio. Se les llama corrientemente: los bu– rros. En los conventos reina la mayor libertad, pues las mujeres pueden ir a visitar a los frailes, sin que eso traiga consecuencias. Estos asilos de la ociosidad, son vastos, espaciosos y adornados con bellos jardines. La sala de recibo está generalmente adornada de pinturas, que no brillan nada por su ejecución, pero cuyos temas, aunque extraídos de las Santas Escrituras, suelen estar revestidos a menudo de formas grotescas. No puedo resistirme al placer de (5) Los terremotos más célebres por los destrozos ocasionados, son los de 1586, 1630, 1687, 1746 y 1806.
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