Relaciones de viajeros

RELACIONES D~ VIAJEROS 349 habíamos recibido sólo algunos meses pagados, y que nos atrevía– mos, más por vanidad nacional que por cualquier otro sentimiento, a arriesgar una pieza de oro, cuya pérdida no dejaba de tener una infeliz influencia sobre nosotros, que estábamos destinados a no volver a ver nuestra patria sino pasado mucho tiempo. El amor es, en el Perú, un hijo del ciego Pluto, y no conoce otra lengua que la de la esterlina. La tarifa de las tapadas más en boga, pertenecientes a las mejores familias, es públicamente conocida. Pe– ro después de haber arruinado su bolsa, todavía debe uno descubrir que ha arruinado el bien más precioso del hombre: su salud, pues no se puede citar en Lima cien damas que estén libres de una enfer– medad que se hace benigna por el calor del clima, y que entre ellp.s pasa bajo el nombre de fuentes, con la misma solicitud con que en Francia se piden detalles de un constipado. En el interior, las mujeres se visten a la europea, muy rebusca– damente, pero con gusto. Generalmente tienen el seno descubierto; pero los atractivos más poderosos, sobre todo para los ojos de los españoles de origen, son sus pies, que son notables por su pequeñez y su delicadeza. Para gozar del paseo, ellas usan el vestido de tapa– das, traje inventado probablemente por los frailes o por el demonio de la tentación, a fin de velar a todas las miradas las conductas más equívocas. Ya algunos viajeros han hablado de este traje: con– siste en una falda ceñida, llamada saya y manta, hechas con mucho arte, y formadas enteramente de pliegues ajustados, que al presionar el cuerpo, dibujan las formas con más nitidez todavía que los paños mojados de los escultores. Esta saya está hecha de una mezcla de seda y de lana muy fina de guanaco. Todas ellas son de color negro o pardo, siendo rara vez de color verde. La mantilla se prende en la mitad del cuerpo, se alza sobre la cabeza que encubre, y recae sobre el rostro, que oculta; con las manos cruzadas sobre el pecho, éstas retienen los bordes, y no dejan filtrar sino una débil luz, a través de la cual sus grandes ojos negros se dirigen a voluntad, con lo que ella puede hablar sin temor. Esta mantilla es de seda negra, y algu– nas mujeres menos insociables en apariencia, siguen usándola, pero con el rostro descubierto. Cada tarde, bajo los portales de la anti– gua plaza real, las tapadas de moda van a exhibir sus formas vo– luptuosas, y casi todas las damas de Lima, jóvenes y bonitas, no salen jamás sin este vestido tan favorable a los amores. La masa de la población del Perú es negra, siendo allí también, asimismo, muy numerosos los mestizos de toda clase. Los negros transportados de la costa de A.frica o nacidos en el país, y poste– riormente manumitidos, han tomado aquí el rango de ciudadanos.

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