Relaciones de viajeros

~LACíóN~S IJÉ VtAJERóS 331 sino pocos días, les ocurrió sin embargo una aventura a dos oficia– les, la cual fue divertida, aunque, en sus comienzos llegó a ser mortificante. El Sr. d'Urville, segundo capitán de La Coquille, y apa– sionado por la botánica, sobre la que ha publicado, por otra parte, trabajos muy conocidos, partió del barco con Mr. Bérard para visi– tar las montañas que rodean Lima. Estos señpres trepaban penosa– mente, a eso del mediodía, en un calor enorme, los flancos rocosos del llamado monte San Cristóbal, ocupándose Mr. d'Urville en reco– ger plantas, mientras que el Sr. Bérard disparaba sobre los pájaros con destino a nuestras colecciones. Algunos criollos, habiéndolos percibido, quienes tenían el espíritu constantemente ocupado por la idea de que los españoles iban a caer sobre ellos, tocaron alarma, difundiendo por todas partes que se había visto a dos espías que trataban de huir a través de las montañas. Desde un puesto de guar– dias nacionales se envió en su persecución un piquete de campesinos montados, al mando de un subteniente, ·quien quiso hacer fuego, sin más explicaciones. Con mucho trabajo logró el oficial calmar el ar.. doroso celo de la milicia, tranquilizándola por la poca resistencia que podían ofrecer dos hombres. Mas, orgullosos de su captura, y no escuchando explicaciones, y hasta sin querer ver el salvoconducto que les había entregado la autoridad militar del fuerte del Callao, los señores d'Urville y Bérard fueron puestos sobre la grupa, detrás del jinete, y a todo galope, conducidos a la ciudad de Lima. Y así hicieron cerca de una legua en la postura más deplorable sobre es– cuálido penco para ser arrojados, todo magullados, en la prisión de la ciudad. Los jinetes que condujeron a estos señores trataron de apoderarse de su dinero y relojes, pudiendo el oficial, con grandes dificultades, hacerles restituir esos objetos. Y este mismo conser– vaba cuidadosamente el fusil a dos cañones del Sr. Bérard, teniendo seguramente la esperanza de apropiarse de él por derecho de con– quista. Libertados algunas horas después por orden del comandante general de la fuerza armada de Lima, el oficial expedicionario se negaba todavía a creer que estos señores eran franceses, mas con su libertad se desvanecieron sus castillos de España, pues el pobre hom– bre, muy creído de haber merecido el bien de la patria, ¡ya había pedido que se le ascendiese de grado! Lima tiene la situación más afortunada para ser el centro del comercio de toda América meridional. Con ayuda del Callao, tiene mercados y comunicaciones fáciles con todos los puertos de la Mar del Sur, desde Chile hasta California; y en el interior, provee al Alto Perú, el Tucumán, La Plata, la Colombia. Los europeos afluyen allí con los productos del suelo y de la industria del Antiguo Continente.

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