Relaciones de viajeros

R~LACló.NES D~ lAJÉilC blica por los españoles, en 1a batalla de Moquiya [Moquegua, N. del T]. Cuzco estaba todavía en poder del antiguo virrey La Serna, y Canterac, general activo, restableció con su coraje y te– nacidad los asuntos de los realistas. La batalla de Moquiya des– animaba a los independientes por la pérdida que habían tenido de los más valerosos de sus soldados, evaluándose que habían muerto 2,500 hombres, cantidad enorme, relativamente al número de beli– gerantes, y los regimientos de Buenos Aires, que vinieron a través de las cordilleras en socorro de los peruanos, habían perdido, ellos solos, más de cuarenta oficiales. Como es cosa ordinaria en las guerras de los partidos, los vencidos echaron la culpa a las defec– ciones y traiciones: de modo que el ejército r:;publicano, descontento de la junta, no vaciló en desconocer su existencia legal, exigiendo imperiosamente la nominación de un dictador que ella designase. El pueblo, lleno de esperanza en el porvenir, adoptó con ardor estepa– réntesis, viéndose forzada la asamblea de diputados a acoger la no– minación del coronel Riva Agüero como jefe de la república. La deli– beración de los mandatarios del pueblo fue violentada por la opi– nión pública, y sin embargo, los que hicieron uso de la palabra, ter– minaron por gritar en largos discursos que la patria estaba en pe– ligro inminente, y por votar en favor del recientemente elegido, como si fuera un salvador enviado del cielo. Yo no pude menos que sonreir piadosamente cuando escuché estas palabras al presidente de la disuelta junta: "Antes me hubiesen arrancado sin vida del so– lio, que haber sancionado con mi voto la nominación del dictador, si hubiese sido ilegal". Extraña contradicción, pues en ese momen– to resonaban en la plaza estos gritos foribundos: ¡Abajo la junta! ¡Viva Riva Agüero!, y cerca de mí, un hombre del pueblo de la peor calaña, conmovía las bóvedas de la Cámara lanzando este mismo grito con un furor espantable y los más amenazadores gestos. El pequeño número de verdaderos patriotas no se dejaba engañar por esta comedia, representada por un hombre oscuro, pero rico, sin acciones que pudiesen recomendarlo, sin mérito intrínseco, am– bicioso subalterno, que desde hacía tres años seguía con perseve– rancia un plan de corrupción, calumniando las acciones de los di– putados, sembrando promesas y dinero para ello. En una palabra, preparando con calma sus motivos de elevación. Tal era la opinión de algunas personas sensatas e instruídas; y la administración ab– surda y ridícula de Riva A.güero no tardó en justificar la opinión que se habían hecho de ello. Yo me hallaba en Lima el 1? de marzo de 1823, cuando el nue– vo elegido del ej ' rcito se presentó ante el pueblo, recurriendo la

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