Relaciones de viajeros
354 í!.SttJARDO NtJ~EZ ciudad, seguido de un brillante estado mayor. Pocas aclamaciones lo acogieron a su paso. Dos o tres soldados, salidos de la casa del go– bierno, seguidos por algunos negritos, se metieron por las calles principales, gritando: ¡Viva el dictador! y lanzando algunos cohetes. Estos fueron todos los gastos de la alegría pública. En la tarde se ordenó que las casas fueran iluminadas. Durante varios días, las hojas públicas se llenaron de trozos en prosa y verso loando al hé· roe americano, siguiendo una expresión harto repetida en todos los artículos, para que ella no fuese ordenada, y hasta leí un largo discurso rimado en honor de Riva-Agüero, salido de la pluma de un eclesiástico, que terminaba con estas palabras notables, sin duda por su inocente intolerancia: "¡Florezcan los católicos y mueran los protestantes! Desde su ascensión al poder, Riva-Agüero se apresuró a enviar un emisario ante el general Freyre, en Chile, y solicitarle su asis– tencia. Con el mismo objeto envió, asimismo, un diputado a Gua– yaquil, donde Bolívar, a fin de que éste pudiese volar rápidamente en socorro de los peruanos. Bolívar no era entonces estimado en absoluto en Lima, pues suponían en él miras interesadas y ambicio... sas y calumniaban sus intenciones. Un negociante de Lima llegó a proferir en mi presencia estas palabras notables: "Hasta hoy día hemos rechazado los interesados socorros de Bolívar, pero ahora estamos reducidos a escoger el menor entre dos males, y de segu– ro que nuestros amigos de Colombia nos desvalijarán con más gus– to que nuestrns amigos españoles". Bolívar no ha justificado en ab– soluto estas inicuas suposiciones. Este hombre, para él cual la posteridad, reserva, sin duda, el nombre de Gran Ciudadano (7), o quizás lo deshonrará con el título de déspota, después de haber Pª"' cificado a Lima, la dejó con un noble desinterés. Lord Cochrane, disgustado con la turbulencia de estos ignorantes republicanos, y de la versatilidad de sus gobiernos, había abandonado recientemente el servicio a los independientes y se había ofrecido al Brasil, donde el emperador le había tentado con un elevado grado en la marina imperial. Los peruanos, celosos y envidiosos por naturaleza, y por otra parte exasperados por un estado permanente de revolución, lo acusaban de toda cláse de dilapidaciones: ellos afirmaban que les había extraído tres millones de piastras, había pillado las ciudades vecinas; en una palabra, la vindicta pública parecía perseguirlo para ultrajar sus seryicios. Algunos ingleses a sueldo de los inde-– pendientes compartían también este punto de vista, pues el capitán (7) Esto ha sido escrito en 1825. La muerte Cle Bolívar lega a la posteridad la gloria sin mácula de este Washington de América del Sur.
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