Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 355 del navío Esmonday, que estaba al mando de la fragata "La Prue– ba", interpelado con uno de nuestros oficiales, en presencia de nues– tro estado mayor, acerca de los motivos presumibles de la partida de Lord Cochrane, de un país que era para él una patria adoptiva, res– pondió gravemente en español, que yo traduje palabra palabra [del español al francés. N. del T.]: "¡Es porque el Brasil es más metá– lico!" El antjguo director San Martín, retirado desde hace algún tiempo de los negocios públicos, vivía completamente ignorado, y sin embargo, todos los periódicos de las primeras épocas de la gue– rra, le habían consagrado sus columnas laudatorias; cantatas de un ardiente patriotismo celebraban los altos hechos de este gene– ral, y medallas acuñadas en honor suyo recordaban que la patria le debía su independencia. Una de las medallas de ese tiempo, que yo poseo, representa el sol, emblema del Perú, con estas palabras: Lima libre jura su independencia, 1821. Y en el reverso, coronado de laureles .. estas otras: Por la protección del ejército libertad r, mandado por San Martín. ¡Tenía mucha razón de decir el mago m~ yor de los oradores, que en las revoluciones no hay sino un paso del Capitolio a la roca Tarpeya! ! ... No obstante de que la población del Perú sea considerable, nun– ca ha sido bastante vivo el celo para reclutar un ejército proporcio– nado al número de habitantes para la defensa común: hábil para las armas. Todo lo más que se ha podido reunir bajo banderas, son 6 mil hombres, y nunca hubiese sacudido este Estado el yugo de los españoles sin el socorro enviado por el ejército argentino. Los r egimientos de Buenos-Aires, aguerridos y disciplinados, bajo el mando, por otra parte, de oficiales hábiles, tuvieron en verdad, to– do el mérito de los éxitos que alcanzó la causa independiente; y to– das las bocas no se cansaban entonces para alabar los hechos de un coronel de veinticuatro años, llamado Juan Lavalle, a quien se llamaba el Aníbal de América. La c~ída del imperio francés, y el li– cenciamiento de los oficiales de este viejo ejército, que atravesó tantas veces, el arma al brazo, y en todos sentidos, el continente europeo, aseguró la emigración de un cierto número de valientes, cuya experiencia contribuyó no poco a inclinar el platillo ·de la ba– lanza del lado de los republicanos. De entre el número de los que se encuentran consignados en mi diario, yo citaría el del coronel de Brancay; los jefes de escuadrón Rollet y Bruix y el Sr. Bouchard, antiguo teniente de navío, quien, en una arriesgada travesía por las Filipinas, causó un daño considerable a los barcos españoles. En el momento en que yo iba a dejar Lima, la población entera de esta gran ciudad salía de su habitual apatía: había sido tan me-
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