Relaciones de viajeros
RELACIONÉS úE VIAJEMS 363 El pueblo de Paita está situado a cinco grados y algunos minu– tos de latitud meridional, al fondo de una bahía, o mejor dicho, de un golfo muy seguro, aunque enteramente abierto. Es de preguntarse quién ha podido ubicar en un punto desguarnecido de recursos un puerto sin importancia, cuyos alrededores son de una tremenda esterilidad. Paita, desfavorecida por su posición y su suelo, no ha sido visitada sino rara vez por los navegantes de las potencias de Europa. Sin embargo, lord Anson, enviado por el gobierno inglés para apoderarse de los galeones, lo incendió el 12 de diciembre de 1741; y la jactancia con que él hace mención de una proeza que no requería gran intrepidez, dio lugar a que J.J. Rouseau hiciera que Saint-Preux asistiera al abrasamiento de esta miserable aldea. No obstante, fue desde este punto de América que, en 1595, partieron para su segundo viaje de descubrimientos en la Mar del Sur, los cé– lebres navegantes Mendana y Fernando de Quirós; siendo Dampier, quien, en su primer viaje, les dedicó algunas palabras. El golfo de Paita está abierto desde el nor-nor-oeste hasta el nor– nor-este, y los vientos que habitualmente soplan allí, son los de la parte sur. El ancladero está abrigado, teniendo como fondo un limo olivo y compacto. El mar es hermoso y tranquilo allí. Las casas están construídas sobre la cuesta de un barranco, y al pie de una llanura de una superficie uniforme, aunque elevada sobre un acantilado abrupto por encima del nivel del mar. Este acantilado arenoso abra– za a la bahía, a manera de parapeto, y no desciende sino por el norte, donde el terreno va en chaflán hasta la aldea peruana de Colán. El aspecto de esta parte del Nuevo Mundo es de una desnudez chocante; por todas partes arenosos desiertos; por doquier un ma– tiz amarillo quemado, una vaporosa cortina sin árboles, una llanura tocada por la muerte. Apenas algunos débiles retoños de mimosas achaparradas se alzan sin vigor en los alrededores de Colán. Algunas montañas esquistosas, con descarnada osamenta, limitan la vista en el horizonte, en la parte meridional. El camino que conduce de Paita a la ciudad de Piura, las rodea; el desierto que aisla a estos dos puntos, que distan entre sí más de catorce leguas, ofrece a cada paso una arena movediza de naturaleza marina, la que está llena de res– tos de osamentas. Todo conduce a creer que ni siquiera Paita ha sido primitivamente establecida al borde del mar para servir de salida a los productos agrícolas de Piura. Pero esta aldea aislada, de ninguna importancia, cuyas autoridades se encuentran ubicadas, sin conside– ración, lejos de todo control para las atribuciones de su cargo, ha sido siempre un centro conocido para el contrabando, y el bienestar de que gozan el comandante y los empleados de la aduana, les ha
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