Relaciones de viajeros
364 ESíl'UARDO NU~Frz. · ,, sido asegurado por la parte activa que tienen en las sustracciones que se le hacen al fisco, al que, por deber, debían proteger. ,. Pero la mejor idea que uno puede formarse del interior del país, resultará de la narración que el señor Gabert, agente contador de la corbeta "La Coquille", ha tenido a bien ofrecerme, de una ex– cursión que realizara con el gobernador peruano de Paita. Voy a citar textualmente la narración de mi estimado amigo, y no dudo que sus vivas y animadas observaciones dejen de agradar a mis lectores. "El 18 de marzo de 1823, hice yo una excursión a la Rin– conada, propiedad de don Joaquín Helguero y Gomalla, situada en las orillas del río Chira, a cinco leguas al norte de Paita. Con el comandante de este puerto, señor Otoya, y bajo su dirección, emprendí yo esta excursión, en compañía de Mr. d'Urville. "Primeramente seguimos las anfractuosidades de la costa, y luego de haber pasado la punta Colavo, nos introdujimos por vastas llanuras de arena qm~ rodean Paita. Me es imposible re-– producir todas las vivas sensaciones que experimenté a la vista del inmenso desierto, cuya extensión toda recorrí de una sola ojeada. En un instante me creí lanzado en plena mar; mas los torbellinos de arena que se levantaban con el viento, en espesas columnas delante de nuestros caballos, me devolvieron inme– diatamente a mi verdadera situación, a causa del dolor que sin– tieron mis ofuscados ojos. Puse entonces una directa atención a cuanto me rodeaba. En el horizonte, aparecían tan lejos la cordillera y las montañas de Piura, que las tomamos durante mucho tiempo por nubes estacionarias; montículos de arena, diseminados de trecho en trecho, barridos por el viento, cam– biaban de forma y de tama~o a cada instante, y a veces, gol-– peados por el viento, se desplazaban repentinamente de un lu– gar a otro, no dejando huella alguna de su primitiva posición. Restos de conchitas marinas se mostraban por capas y en estado fósil, no dejando ninguna duda de la permanencia de las aguas del mar en este terreno estéril. De vez en cuando, algunos al– garrobos y zapotes de una endeble constitución, achaparrados, con los tallos quemados, las ramas mondadas y el follaje des– c~lorido, testimoniaban a un tiempo la aridez del suelo y el paso devastador del ejército independiente, y eran los únicos vege– tales que servían de sombría decoración a este espantoso de– sierto. En vano erraron mis fatigados ojos por su superficie, pues no pude descubrir el menor asomo de hierba, el más pe– queño ojo de agua. De modo que el viajero que tenga la desgra-
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