Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 365 cia de extraviarse allí, puede estar seguro de perecer, devorado por la sed en estos llanos arenosos, constantemente calcinados por un sol ardiente. La noche no trae ninguna mitigación, ya que carece de frescura, la atmósfera no está· cargada de hume– dad y el cielo es de una pureza a tal punto notable, que los as– tros brillan en él con su más vivo fulgor. Es por ello que se dice proverbialmente en el país: tan claro, tan brillante como la luna de Paita. "El señor Otoya nos citó varios ejemplos de viajeros· perdi– dos en los desiertos de arena que separan Paita de Piura, quie– nes murieron víctimas de la imprudencia que habían tenido de poner su confianza en un camnio tan móvil como el viento. Los muleros, acostumbrados a atravesar este desierto, vuelven a encontrar fácilmente las huellas de su camino cuando se sepa– ran de él por imprevistas circunstancias. Un puñado de arena es para ellos un medio de dirección tan infalible como la brú– jula lo es en alta mar para los navegantes: pues la arena del camino, impregnada del estiércol de los animales que lo reco– rren constantemente, exhala un olor a guano que no tiene fuera de este límite y que no puede engañar al olfato de un mulero peruano. Según el señor Otoya, el cielo de esta parte del Perú se cubre de nubes muy rara vez, y todavía es más raro que se sientan allí los beneficios de la lluvia. Ordinaria– mente transcurren p~ríodos de cinco años sin que caiga una sola gota de agua; y cuando llueve, casi siempre se hace en forma de bruma. Entonces, la superficie de este vasto desierto se reviste de una manera casi espontánea de un ligero tapiz de verdura, que no tarda en ser marchito y deshecho por la acción simul"" tánea y devorante del sol y del viento. "Sin embargo, el señor Otoya, que desde la revolución del Perú no había tenido la ocasión de visitar la Rinconada, había tomado una falsa dirección, habiendo nosotros errado algún tiempo con él sin llegar a las orillas del río Chira. Con sólo considerar las cimas de la cordillera, hubo de reconocer que se había perdido, y basta esta referencia de la vista para volver al buen camino. Es así que llegam~s al encajonamiento de la Chira, formado completamente por arena errante. No sin esfuer– zo encontramos un sendero que nos dio acceso a él, pues los bordes se presentaban por todas partes en rápida pendiente, estando resquebrajada y llena de conchas fosilizadas toda su superficie. Tal como lo habíamos advertido en los barrancos que rodean la playa de Paita, encontramos también ostras pen-

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