Relaciones de viajeros
ftELACIONES DE V!A1ERO 367 vesó como un relámpago en mi espíritu, me hizo soñar en los hermosos días de mi patria, olvidando yo de esta suerte todas las escenas de desesperación que la vista de esta soledad había despertado en mi imaginación. "A pesar del calor que nos sofocaba, el señor Otoya, tocado de un gran sombrero de paja de grandes alas, tenía un cigarro en la boca, siempre encendido, y no dejaba de repetirnos que el mejor medio de no sentir absolutamente sed en un semejante camino, era fumar constantemente. Con razón o sin ella, no qui– simos hacer uso de su específico, que lo ofrecemos a los fi– siólogos para que mediten sobre él. "Finalmente, a nuestra vista se ofreció una pequeña aldea indígena. Nos aproximamos a ella. Se componía de un centenar de cabañas techadas con paja y construídas con un poco de tierra y cañas. No distinguimos habitante alguno, pues segura– mente, en ese instante, gozaban de los placeres de la siesta. De allí nos dirigimos a la casa cural, que aparecía a una gran dis– tancia, y en la que el señor Otoya esperaba tomar informaciones sobre el camino que había que seguir para llegar más pronto a la propiedad del señor Helguero. El cura estaba ausente, pero un doméstico indígena, vestido de un pantalón y de una chaque– ta de tela azul, se encontraba allí por felicidad, a fin de darnos las indicaciones necesarias. Seguros, entonces, de la dirección que teníamos que seguir, dimos con las espuelas en los ijares de los caballos; y corriendo a través de los algarrobos y de los montículos de arena, consumidos de fatiga y muert9s de sed, logramos llegar a los límites de la Rinconada. Un portal de ma.. <lera, cerca del que se veía una cabaña y una fábrica de tejas y de morrillos, no nos detuvo sino el instante necesario para abrirlo; y a nuestra vista contenta se ofreció una alameda dé maravillosos algarrobos, cuyo espeso ramaje formaba una bó– veda impenetrable a los rayos del sol. "No es a nuestra pluma a la que corresponde describir, sino a la imaginación de los lectores concebir cuán agradables y vivas fueron las emociones que experimentamos en cuanto hubi– mos penetrado en el interior de la Rinconada, donde no avan– zábamos sino bajo glorietas de una lujuriosa vegetación, reani– mados por las frescura de la sombra, regocijados por el aspecto continuo de la espesura, espesa y verdegueante, en maridaje con millares de flores odorantes, encantados por el trinar melodio o de una multitud de diversos pájaros, los que, revoloteando de rama en rama, encantaban más aún nuestra vista por l brillo •
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