Relaciones de viajeros

370 '!STt1AltóO NtJ~ltt "Amosape se encuentra a tres leguas de la embocadura de la Chira. Está situada en el encajonamiento de este río, al pie de un monte que lo corona, las rocas del cual, cortadas y ais– ladas, parecen testimoniar algún antiguo derrumbe ocasionado ya sea por el desbordamiento de las aguas o por los temblores de tierra. Contiene una población de dos mil almas, la que está compuesta casi enteramente por familias indígenas. Las casas no son sino verdaderas cabañas construídas con cañitas y ba– rro, techadas de esteras. Algunas son enjalbegadas con cal. Las calles son derechas. Hay una gran plaza en la que se ve una iglesia, la única construcción que llama la atención en un lugar tan miserable. El pueblo, sentado en los umbrales de las puer– tas, respiraba tranquilamente la frescura de la tarde. La bondad y la dulzura constituían el carácter dominante del rostro de estos pobres indios. Extraños a todo espíritu de partido, lejos de los principales lugares en que resuenan los furores del des– potismo y de la independencia, ellos viven apaciblemente; y en la simplicidad de sus costumbres, se encuentran satisfechos de su suerte. "El ñ r Otoya me mencionó los nombres de otras aldeas construída manera semejante como la de Amosape, en el encajonamien1o de la Chira, pero próximos de las alturas de terreno arenoso, donde no crecen sino algarrobos. Tales son: "La Guaja, a cinco leguas de la desembocadura de la Chi– ra, con una población de dos mil almas, y una iglesia parro– quial atendida por un cura; "La Chira, a seis leguas de la embocadura del río que le da su nombre, con la población de mil almas, sin iglesia. Los indios dependen de la aldea precedente para todo lo que se re· laciona con la religión; "Punta, a nueve leguas de la desembocadura, encierra alre– dedor de tres mil quinientas almas, y posee una iglesia parro– quial. "Todos los habitantes de estas aldeas, compuestas princi– palmente de indios, son agricultores. Ellos efectúan un comer· cio con la pequeña ciudad· de Piura, que sin enriquecerlos, les procura al menos, los tejidos que utilizan para sus vestidos y las necesidades comunes de la ciudad. A ella transportan algo– dón, maíz, arroz, bestjas, productos de cacería, frutas y hasta agua, de la que carece Piura por lo general durante la estación del verano, pues el río que se las proporciona está seco en esta época, en la que sus habitantes no pueden conseguir sino

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