Relaciones de viajeros

372 ESTUARDO NU~EZ fiteor; cantó, rosario en mano, las letanías de la Santa Virgen; y después de haber recorrido todas las cuentas, dijo un acto de adoración con la expresión de la más profunda piedad. Su voz era seguida de un ruido religioso semejante al del viento ligero que murmura a través de un espeso follaje, lo que era ocasio– nado por la repetición que hacía de estas preces cada uno de los asistentes, en el tono más bajo. "Esta escena religiosa, que se producía bajo un cielo abier" to, en el silencio de la noche, a la sombra vacilante de los ricos y estupendos vegetales, cuyo follaje estaba vivamente iluminado por los brillantes rayos de la ll!na, que rodaba suspendida en la bóveda celeste como una mágica antorcha del templo de la naturaleza, causó una impresión indefinible en mi corazón, de la que sólo las almas piadosas podrán formarse una idea, lo que me sumergió en una especie de ensoñación mística que se prolongó mucho tiempo después de que cesaron los rezos, y de la que no salí sino por los gritos de alegría que lanzaban en torno mío las personas que, acababan de estar prosternadas al al pie de la cruz, y que habían mostrado tanto recogimiento en sus santas oraciones. No quedé poco sorprendido de su loca alegría y de su repetida invitación a juegos inocentes. Los jó– venes de ambos sexos formaron un círculo alegre, y el Cristo, testigo, un poco antes, de los sagrados cantos de su ardiente piedad, lo fue también de su regocijo y de sus diversiones re– tozonas. El ambiente resonó con sus canciones profanas; y en sus rondas de alegres refranes, golpeando con los pies el cés– ped, con cadencioso paso, las muchachas, vivas y ligeras, arras"" tradas por la petulancia de sus compañeros, se encontraban ceñidas entre sus brazos y pagaban con un dulce beso sus pícaros melindres. Estas graciosas hostilidades no ocasionaban enojo alguno, y, por el contrario, daban pie para que estallase la risa, verdadera expresión del humor jovial de esta amable tro– pa; en sus juegos no se mezclaba ningún pensamiento malicioso, en los que sólo la alegría prevalecía en toda su pureza. En fin, ocurría como en los primeros años de la naturaleza. Todas estas diversiones, que no habrían sido bien acogidas por un casuista, por el abandono confiado de los jóvenes que a ellas se entrega– ban, o habrían excitado la maledicencia de las bellezas tími– das, aunque esclarecidas de Europa, continuaron toda la no– che con toda la simplicidad y candor de la inocencia. La hora de la cena, que se servía a las nueve y media, les puso fin e in– i.nmediatamente después cada uno se retiró al lugar en el que se le había preparado su lecho.

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