Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 373 "Fatigado de mis andanzas del día, yo iba a echarme en un lecho de reposo que se había preparado en un cuarto que daba sobre el balcón; y después de haber contemplado algún tiempo el riente aspecto del cielo, cuya pureza era igual a la del vivo resplandor de las estrellas, me quedé profundamente dormido. Durante mi sueño, fui dulcemente arrullado por ensoñaciones agradables, que me retrotrajeron a los placeres de la tarde. Al día siguiente, levantado antes que la aurora, fui a las orillas de la Chira para esperar el despertar del día; y en un corto paseo, saborée todas las delicias que pueden producir en un corazón satisfecho, ajeno a las voluptuosidades y a los fastidios de las grandes ciudades, el silencio de los bosques, la frescura de la sombra de la mañana, el aspecto de una naturaleza rica y riente, el murmurio de las aguas de rápida corriente, la ma– jestuosa vista del sol naciente, la melodiosa voz de las pobla– ciones boscátiles, las que, saludando la ascensión del astro del día y sacudiendo sus alas, revoloteaban sin temor alguno de mi presencia a cada instante repetían su canto simple y gracioso, como el paisaje que me rodeaba. "Dejé yo este lugar encantador, apenado, ya que había lle– gado la hora de regresar a bordo de La Coquille. Nos apresu– ramos a despedirnos del gentil señor Helguero y de su nume– rosa familia; y guiados nuevamente por el señor Otoya, esta vez, sin equivocarnos, tomamos el directo camino de Paita, a donde llegamos en la tarde del 19". La población de Paita puede llegar a mil quinientos habitantes. Esta aldea ocupa un ángulo de la bahía, en el declive de la orilla, y está construída en anfiteatro. La mayor parte de las casas son ca– bañas construídas con cañas bravas, troncos de bambú, de quince a veinte pies de longitud, por un diámetro de cinco pulgadas, que participan de la propiedad de durar un siglo, sin deteriorarse. Los intersticios de estas cañas se llenan con barro o arena arcillosa; aunque tan imperfectamente, sin embargo, que sus paredes suelen parecerse a un harnero. Los techos, de cañahejas de las charcas, y que son traídas de lejos, se apoyan sobre troncos de bambú, tan sólidos como graciosos y ligeros. El aire penetra por todas partes en estas sencillas viviendas desprovistas de muebles, y en la que se cuelgan toscos utensilios caseros. Las casas de las personas no– tables están edificadas con fragmentos de piedra arenosa y de con– chas, cubiertas de modo que tienen una galería en el primer piso. Así protegidos, los habitantes van a respirar la frescura y a sola– zarse cada tarde de las fatigas del día. Como entre los del pueblo,

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