Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 377 los diversos empleados del fisco. Por lo demás, no dispone de nin– guna fuerza armada, no obstante de que un decreto dispone que se forme una compañía de guardia nacional con todos los hombres en edad de llevar armas. No era muy grande la aptitud de la población para el servicio militar como para que esta milicia tratase siquiera de reunirse bajo estandartes. Todo lo que queda del sistema de de– fensa establecido por el gobierno español, es el emplazamiento del viejo fuerte. Los cañones que coronaban las alturas se los llevó la escuadra de lord Cochrane. Los antiguos reglamentos de los virre"" yes, cuyo propósito público era impedir que la población indígena fuera capaz de un levantamiento, exceptuaban a los peruanos de origen, del servicio militar. El resultado para las personas de esta raza, es una tal sumisión y docilidad, que basta el rostro de un blanco para inspirarles terror y mantenerlos en los límites de la obediencia pasiva. Sin embargo, no por eso dejan de tener lacerado el corazón contra sus dominadores, quienes se reservaron el oro y el ocio, legándoles el trabajo y la miseria. Y estos indios soportan el yugo bajo el cual agachan la cabeza desde hace largos años, lo que los republicanos no han aliviado en absoluto. Es así cómo estos hom– bres sencillos echan de menos el gobierno de la metrópoli, que les ofrecía garantías para la venta de sus cosechas, a la par que encon– traban reposo y seguridad, cosas que el permanente estadó de gue– rra, debido al nuevo orden de cosas, había comprometido. Las costumbres de Paita tienen un color de localidad mucho más marcado que en todas las demás partes. El aislamiento de las familias en un punto desfavorable, la infecundidad del suelo, la falta de industrias y recursos comerciales, imprimen en el tipo humano un sello que nada tiene de halagador. En todas las bocas no hay sino una palabra: la plata; el dinero es el dios de los europeos trans– plantados a esta miserable aldea: todas las ideas están concentradas en los medios de procurárselo, cualesquiera que fueren. La clase ri– ca, o por lo menos la que es tenida por tal, no tiene ninguna ins– trucción, ningún sentimiento de dignidad. Ofende su ignorancia de los usos y de la elemental cortesía; es chocante su tacañería. Mendi– gando presentes, sin cesar, solicitar invitaciones a comer a bordo de los barcos, pero apenas ofrecerían al extranjero que desembarca, un vaso de agua para refrescar su sed. Las mujeres se mueren por la toilette, y todos sus sentidos se ponen en juego en cuanto ven algún objeto preparado en Europa por los más famosos modistos. Nues– tros vaudevilistas pintan a la cachemira como el talismán ante el que no pueden resistir muchas parisienses fashionables; pero en Paita no existe quizás ni una sola señorita que no sucumba ante el ofreci-

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