Relaciones de viajeros

378 ESTUARDO NU&EZ miento de un vestido de seda. Es así como las damas muestran una disposición inaudita por las sederías, los crespones, los encajes y las blondas que allí desembarcan los americanos y los ingleses. Desde este punto de vista, su traje es rico, sin duda, por mucho que las telas que buscan sean más bien tejidos bonitos en apariencia que notables por su valor intrínseco. Su tez tostada, la gordura precoz que recarga la corpulencia de las madres, no concurren en nada a dar a las damas de Piura ni la gracia, ni la frescura que cautivan los ojos. Sus encantos, rápidamente ablandados por la influencia de una temperatura cálida, no se muestran por obra de una pañoleta indis– creta, sino que, al contrario, se exhiben ampliamente, sin velos, tranquilamente. Su cabellera trenzada en largas mechas flotantes en la espalda, y amarrada con nudos, apenas si están adornadas con algunas flores artificiales o las suaves corolas de un mongorium que se llama margaritas rayas, cuya blancura contrasta con el negro aza– bache de aquélla. Las criollas se destacan más por la pequeñez de sus pies y por el color y longitud de sus cabellos; esos son sus encantos innegables, aunque ellos los malogran frotándolos con ex– cesiva abundancia con pomadas perfumadas que los cubren de un barniz craso. Esta pequeñez del pie, tan estimado por los españoles, constitu– ye el objeto principal de la coquetería de una criolla, de donde el más fino calzado, la forma más perfecta, viene a ser para cada mu– jer el resultado de estudios y cuidados; y para hacer sus conquistas, es en la delicadez de esta parte en la que todas fundan sus preten– siones. No es, pues, raro encontrar damas cuyas extremidades, lejos de haber sido favorecidas por el cielo, sean pesadas y toscas, pese a lo cual están apretadas y ahogadas en un zapato del que desborda la piel por todas las costuras. Las que de tal modo se martirizan, apenas si pueden caminar, con lo que recuerdan a las chinas, que llevan sus pretensiones de los pies al extremo de doblar los dedos bajo de las plantas, a fin de recortar sus pantuflas en esa propor– ción. Es cierto que no hay que disputar en lo relativo a los usos y al arte de agradar; pero lo que por lo menos es positivo, es que cada pueblo, cada gran familia, se ha hecho un tipo relativo de atrac– tivo, del que sería difícil apartarla. En los capítulos precedentes ya he hablado de la extrema desenvoltura de las mujeres de Chile y del Perú. Las de Paita y de Piura, a las que tuvimos ocasión de ver en reuniones de danzas, les llevaban gran ventaja todavía por no se qué de impávido en el mo– vimiento, que está por debajo de la gracia, y que más bien es volup- tuosidad. Las criollas y de origen español, como carecen en absoluto

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