Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 379 I de prejuicios morales, y entre las más devotas y sin cultura intelec- tual, estas mujeres·entregadas al ocio y a la influencia de una tempe– ratura que excita a los placeres de los sentidos, no sueñan, no pien– san, no respiran sino para el amor. De modo que han adoptado las bellas maneras de Guayaquil, que consisten en balancearse valsando de la manera más libre. Su conversación no resiste la gasa, y la de– cente timidez de un hombre bien educado, viene a parecer sólo una necedad ridícula. Sus gestos, sus ocurrencias, son ligeros arruma"" cos. Se concibe que costumbres tan familiares sean del gusto de los marinos que llegan navegando a esas playas, en las que su perma– nencia debe de ser de corta duración; y aunque la belleza sea allí rara, la facilidad de los contactos, un abandono sin exigencias, una conversación ardiente, tienen un encanto para esta clase cosmopoli– ta, que no podría ser compensado por otras ventajas. Hay una costumbre, que ojalá no la adopten jamás nuestras elegantes parisienses, que es observada universalmente por el bello sexo peruano, al menos en la provincia de Piura. Hay que imagi– narse una sala de baile llena de mujeres de toda edad, y con los trajes más rebuscados: cabezas coronadas con flores; cuerpos ape– nas cubiertos por telas sutiles; gargantas completamente desnudas, , tanto como los brazos. Más en vano la vista intenta contemplar el conjunto de las cuadrillas; todas las bailarinas, desde la niña más infantil hasta la abuela, sentadas como en tapicería en torno del departamento, exhalan con deleite columnas de humo que ascienden lentamente hacia el cielo. Una atmósfera de tabaco, que impregna con su nauseabundo olor los tejidos, intercepta el rayo visual y embota el olfato. Cada boca blande un cigarro, el fuego del cual, al paso de cada danzarina, es como una centella que surge y se cruza en todos sentidos. Es evidente que los amorosos no tendrían por qué espantarse al ver que los labios bermejos dejan una hoja de tabaco enrollado para dar o recibir un beso! ... La vida de una mujer de la clase acomodada, transcurre, pues, en la siesta, el parloteo, la hamaca o el ocio más completo; y, apar– te del sueño, el cigarro no deja a la boca en otro momento. Pero si las muchachas bien educadas no fuman sino veinte al día, las mujeres no se contentan con menos de cuarenta. Estos cigarros, de tabaco bastante dulce, tienen una forma semejante a los de Francia. Se les lleva generalmente metidos en una especie de estuche muy adornado, que se coloca en medio del seno. En cambio, los hom– bres no fuman sino los cigarrillos de papel. En cuanto a las muje– resl ellas tenían antaño una costumbre todavía más chocant , la que no s ha extinguido aún d 1 todo, ya que yo he vi to a va..

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