Relaciones de viajeros
380 ESTUARDO NU1'1:EZ rias damas que la practicaban diariamente, no siendo esta costum– bre otra que la de mascar el tabaco en rollo, tal como lo practican los marineros europeos, llamándole a esto chiqué. Una bolsita ele– gantemente adornada y suspendida a la cintura, guardaba esta pre– paración, tan poco apropiada para la boca de una muchacha. La moda que se observa por lo general en el vestido de las mu– jeres, consiste en un traje tan descotado como sea posible, y sin mangas, el que se sostiene en los hombros por un conjunto de cin– tas, de manera que el brazo está desnudo hasta la axila: envolve1 las formas de la belleza con un velo oficioso, aviva la imaginación que les presta sus prestigios. El no tener nada que desear, los ex– tingue completamente. De modo, pues, que esta desnudez no tiene nada favorable para el bello sexo, con raras excepciones. Las mu– jeres maduras, casi todas abundantes en grasa, debido a su vida muelle e indolente, por obra de una alta temperatura, son de una flacidez desagradable. He dicho que la hamaca móvil, suspendida en medio del departamento, era algo permanente. Sirve para ha– cer la siesta y para abreviar, gracias a sus dulces ondulaciones, las horas demasjado largas del día. Es allí donde exhiben sus encan– tos, en posturas que no son dictadas por la decencia. Desde allí se conversa, extendida junto a un caballero favorito, a quien los plie– gues de la hamaca lo presionan con fuerza contra la hija de fami- • lia, dueña de sus actos, ya que los padres y las madres no encuen"" tran nunca cómo oponerse a las preferencias, a las atenciones, así no viniese el matrimonio a ser el resultado presumible de intimi– dad tan grande. Los hombres son jugadores y libertinos. La resi– dencia del comandante del puerto, era un garito en el que un gran número de personas, de la calaña más vil, jugaban grandes apues– tas, noche y día, sin descanso, pareciéndome que los más encarni– zados de la banda eran capuchinos y aduaneros, con más fondos, probablemente, que sus coasociados. Las damas ricas de Piura vienen cada año a Paita para tomar baños de mar. Allí se dan cita para dar satisfacción a este placer, con lo que esta aldea resulta entonces animada por los visitantes. Los bañistas de uno y otro sexo se meten al agua a eso de las nue– ve de la mañana y a las cuatro de la tarde, pero sin ceremonia y sin grandes preocupaciones. Se toman los baños en la playa are– nosa, ante todo el mundo, hombres y mujeres reunidos. Los pri– meros conservan un calzón, y las últimas se envuelven con una sim· ple falda de lana. Si la gente de la clase más distinguida no hace ningún melindre, es de concebirse qué libertades se tomará el po– pulacho, aunque nada llama la atención de esta gente: su fisono– mía es fea y marchita por la miseria. I
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