Relaciones de viajeros
382 ESTUARDO NU:r'tr'.Z de cuyos miembros aumenta sin cesar, porque la ley los exime de todo trabajo militar. Yo visité Colán uno de esos ardientes días de los trópicos. El calor, que ninguna brisa templaba, reverberaba con extraordinario poder en la superficie de esta parte de la costa. El termómetro marcaba cuarenta y seis grados centígrados, y el suelo estaba tan recalentado, que un perro embarcado en Francia, mi fiel compañe– ro de viaje, expresaba con sus quejidos toda la incomodidad que experimentaba al caminar sobre esta quemante arena. Al llegar a Colán, me enrnntré al medio de una población fuertemente impreg– nada de los caracteres típicos de su raza. Los peruanos que yo exa– minaba, no eran, ciertamente, aquéllos a quienes había vencido Pi– zarra con el fierro y el fuego; pero por mucho que los frailes faná– ticos, e ignorantes hayan, desnaturalizado su fisonomía moral, hay en ellos esa expresión de bondad y de dulzura que convirtió a sus antepasados en fácil presa para degollarlos. El cacique Matcharé fue mi guía: este anciano de fisonomía grave y austera, me recibió en su propiedad con una benevolencia y una alegría que mi agrade– cimiento no bastaría suficientemente para expresar mi recuerdo. Yo permanecí al medio de su numerosa familia, con un placer in– finito; y es aIH que yo me he formado una idea perfecta del respe– to de que gozaba el jefe de una familia, en la unión que reinaba entre parientes, en la época de los patriarcas de las primeras eda- 1 des del mundo. El venerable Matcharé no tenía nada de los tiempos modernos por sus maneras graves y obsequiosas, por su hospitali– dad, y hasta por el tono sentencioso de sus palabras. Recibió él la visita de todos nuestros oficiales, los que se apresuraron a visitar a este anciano en su aldea, siguiendo lo que yo les había contado a mi regreso. El Sr. capitán Duperrey, deseando que este hombre conservase un recuerdo afectuoso de nuestra nación, se apresuró a recibirlo a bordo con distinción, y de entregarle una de las me– dallas acuñadas en conmemoración de nuestra expedición. El esta– do mayor añadió algunos objetos a esto, útiles de hierro y diver– sos objetos más cuya utilidad podría apreciar él. Nosotros éramos los primeros franceses cuyo nombre resonaba en los oídos de estos peruanos. Legos para los grandes asuntos de Europa, sin grandes comunicaciones con los republicanos del Perú, habitando un país pobre y poco cultivable, la vida de ellos transcurre en una estre... cha esfera; y su horizonte político se limita a las relaciones que exigen de ellos las autoridades de las ciudades del contorno. De suerte que los indios de Colán son dulces, tímidos, inofens·vos, en tanto que los de Paita, enviciados por los europeos y por el contac-
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