Relaciones de viajeros

384 ESTUARDO NU~EZ en parte por un terremoto, hace alrededor de diez años. La facha– da, destruída en su mitad, ha sido construída en madera, cubierta de yeso, en el que se han aplicado molduras y toscas pinturas. El edificio tiene un techo de cañas en planos inclinados. El interior es más rico de lo que acostumbra ordinariamente una iglesia de aldea, notándose sobre todo en ella dos pequeñas estatuas ecuestres (San Jacobo y San Felipe) vaciadas en plata maciza, cada una de las cuales pesa más de una arroba o alrededor de treinta libras. Estos santos han sido cuidadosamente conservados en la sacristía y no aparecen sino los días de gran solemnidad. Es entonces que los indios son llamados indistintamente para adornar la casa del Señor, y trabajan bajo la supervigilancia de los ancianos: estos ha– bitantes dedican al culto todo el caudal que pueden adquirir. Las funciones sacerdotales corren a cargo de tres curas, quienes han contribuído no poco en mantener a la población en la superstición y un fervor poco común. Los hombres y las mujeres llevan amuletos al cuello, los que consisten en collares en que van colgados peque– ñas bolsitas de cuero, embellecidas, en las que van guardados sa– grados apuntes que trasuntan versículos de las sagradas escrituras. A estos amuletos se les atribuye toda clase de virtudes, los que curan enfermedades, preservan de maleficios, etc. Las costumbres de los naturales de Colán tienen la influencia de la vecindad del estado primitivo, y aunque dulces y benevolentes, muestran en los peruanos esta facilidad y ese estado de abandono que reprueban nuestros usos y la moral. Pero hay que confesar también que su ambición está movida por el deseo de poseer insig– nificantes bagatelas sin valor en sí; pero que para ellos son rique– zas de gran valor. Muchas veces he tenido la oportunidad de hacer felices a muchos de una familia, dando a los niños y frecuentemen-– te a los padres y a las madres, collares de vidrio, espejos, cuchillos, pañuelos; y más de uno de los de la tripulación obtuvieron por ellos un pago no confesado. Insaciables pedigüeños, uno podría despo– jarse realmente de todos sus objetos, sin extinguir el deseo de pedir, que da de las espuelas a estos sencillos hombres, a quienes les cau– sa envidia todo lo que poseemos. Pero es justo decir, por lo menos, que su agradecimiento parece sincero, y que no insisten cuando se les hace comprender la imposibilidad de desprenderse de los objetos que los halaga, en.tre los que están, sobre todo, los vesti– dos de paño y los tejidos de tela. Una virtud profundamente en– raizada en el corazón de los indios, es el respeto filial. Yo he ad– mirado a menudo la veneración de que era objeto el viejo Matcha– ré, dentro de su ambiente familiar, donde se le trataba como a un

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