Relaciones de viajeros

RELACibNES DE VIAJEROS 399 sin calor, los enerva y detiene su desarrollo. Este estado de cosas es el que se observa en Paita. Las arenas que envuelven a este pueblo son ardientes como las del Sabara. Ningún rocío bienhechor, análogo a las garúas de las costas de Lima, viene a refrescar su su– perficie; y las espesas brumas que se levantan del mar, y que se evaporan, pasan por encima sin detenerse allí, y no llegan a preci– pitarse en lluvias sino en los bosques de los Andes. La atmósfera de Paita es demasiado enrarecida para permitir a la humedad que se mantiene en su capa superior, de hacerse sentir en las capas más inferiores, y por consiguiente, para ayudar a la vegetación a estable– cerse y propagarse. Se nos ha dicho, con todo, que, durante el in– vierno de algunos años raros, las nubes bajas, cargadas de agua que vienen de mar adentro, procuraban lluvias abundantes, aunque de poca duración; y que durante este corto espacio de tiempo, la superficie de la zona se cubría, como por ensalmo, de gramíneas y de plantas carnosas. Mas apenas han cesado estas lluvias, los pra– dos mágicos nacidos en la víspera, desaparecen para no renacer más, o por lo menos para no volver a aparecer sino cuando ;vuelven a producirse las mismas circunstancias. En nuestras repetidas excursiones, no encontramos nunca sino un pequeño número de plantas, apareciendo que como veinte espe– cies constituyen toda la flora de este punto del Perú. El algarrobo mimoso, que crece en la arena, a lo mucho llega a tres o cuatro pies de altura. El chiaran de las montañas da un hermoso tinte negro, que los habitantes extraen de las vainas <le esa legumbre. Las mujeres se deleitan con las flores suaves de la acacia de Faméze, a la que ellas llaman aroma de Castilla, prueba muy evidente de que este árbol odorante ha sido importado de España. El sapota, un salicor, una linaria y algunas hierbas, que son interesantes sólo para el botanófilo, vegetan pobremente en las arenas sin humus. No hay duda que la albahaca o basilico de un olor aromático en nues– tros parterres, ha sido naturalizado allí, donde lo he encontrado fre– cuentemente cerca de las cabañas de Colán. Igual cosa ocurre con un buen número de vegetales o árboles frutales, que los habitantes cultivan en los alrededores de este pueblo, constituyendo bosque– cillos de espesa verdura, tanto más agradable, cuanto que forma un contraste más vivo con el aire desnudo y triste de todo lo que los rodea. Será fácil darse cuenta; medjante el cuadro que acabo de es– bozar, referente a la vegetación, de que los animales a los que la vegetación asegura la existencia, no son allí numerosos. En ef cto, los pájaros terrestres, y especialmente los granívoros, e tán comple-

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