Relaciones de viajeros
406 ESTUARDO NU~EZ Valparaíso, sin tomar en cuenta el número de hombres, que por enfermedad o fatiga fueron víctimas de este pesado viaje. Arica es el primer puerto sureño de importancia en el Bajo Perú, y fue en este lugar de la costa donde por primera vez puse mis pies en este país. Es un puerto, situado a la entrada de un va– lle, que se extiende hacia el interior. Está completamente cerrada al norte y al sur por montañas, frente al mar y a la espalda está el valle ya mencionado, que limita con los altos Andes, y otros cerros que constituyen colinas bajas. En una colina, al sur de la ciudad, se encuentra el observatorio desde el cual se d ivisan los barcos a gran distancia cuando el cielo está despejado. El camino a la cumbre de la colina es de tanta dificultad para ascender, que uno se admira de saber que lo esca– lan los soldados. El fondeadero en Arica no es muy bueno. La costa está cubierta de innumerables rocas pequeñas; y como el agua es poco protunda, con oleaje considerable a 100 yardas de tierra, con solamente un pequeño lugar tranquilo para el paso de un barco, se requiere del cuidado más grande para impedir accidentes. En la época de nuestra visita a la ciudad, ésta estaba en po– sesión de los realistas, y la bandera de España flameaba en el fuer– te y en la casa del gobernador. El fuerte, si así podía llamarse, te· nía montada una pieza absurda, calibre 32, y abarcaba cerca de un acre de terreno, cercado por un muro de barro, de 6 pies de altu– ra por dos de grosor; el cual, en muchos puntos estaba arruinado. Una tropa con soldados con piernas de madera podían haber esca– lado sus murallas, o un grupo de viejas podían haberlo tomado por asalto. Este fuerte tampoco tenía puente levadizo, rastrillo, cortina o fosa y daba la impresión de haber sido hecho más para corral de ovejas y toros, que para centro militar de resistencia o fuerte para defender tan importante lugar como Arica. Estaba custodia– do por 10 infelice's que parecían soldados, residentes en un lugar llamado "cuartel'', pero que en realidad, no era ni más ni menos que un establo cubierto de cañas. Estos soldados eran un cuerpo informe de hombres, de piel oscura, miradas bajas y suspicaces y de comportamiento poco amigable que presentaban el más chocan– te contraste con sus hermanos de Chile, quienes con todos sus vi– cios, eran libres y corteses. Estos soldados españoles no quedaban a la zaga de sus hermanos de Chile en todo los actos de robo y villanía y se decía que de ninguna manera eran tan bravos. Su ves– timenta era indigna de un soldado; sus chaquetas y pantalones no eran a medida, estaban sin zapatos o sin medias y sobre sus cabe-
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