Relaciones de viajeros
410 ESTUARDO NU!'l'EZ norancia (diciendo que "la cultura no había sido hecha para los colonos''), ejerció todo su poder para prevenir la extensión de este hermoso arte, y durante todo el tiempo que sus consejeros gober– naron en el Perú, hubo solamente un pequeño periódico semanal impreso en Lima para todo este extenso país, bajo la censura de una junta. Las leyes tiránicas y fanáticas de Fernando habrían sido abolidas aquí mucho antes de conseguir la mejor de todas las li– bertades -la libertad de prensa- permitida en el Perú. Se ha afir– mado que las proclamaciones impresas y los manifiestos que Lord Cochrane distribuyó por el Bajo Perú, contribuyeron más a la cau– sa de la em'1ncipación peruana, que los ejércitos de Chile. Pero to– davía sólo existe una imprenta importante establecida en el Bajo Perú, que se encuentra en Lima. La bahía de Santos es espaciosa, y el agua tan poco profunda, que anclamos más a11á de una milla de la costa, alcanzando tres brazadas de profundidad. La ciudad de Santos está a cuatro millas de distancia del Jugar de anclaje, y se encuentra completamente rodeada de árboles. Hay unci. iglesia en ese lugar, que en parte es– tá destruída, que previamente había sido saqueada de sus riquezas por ese moderno Calígula llamado General Goyeneche. El cemen– terio anexo a esta Iglesia era extenso y parecía mostrar que las defunciones no eran frecuentes en este lugar. Presumo que la ciu– dad de Santos no albergaba a más de 4,000 habitantes. Las casas eran construídas de barro y tenían blanqueadas sus paredes exte– riores; siendo, generalmente, de un solo piso. La cortesía, huma– nidad y generosidad de los habitantes hacia los extranjeros, podría dificilmente encontrarse mayores en otras partes. Las mujeres de Santos son muy prolíficas; ellas alumbran sus niños a la temprana edad de los 13 años, y su fecundidad cesa al llegar a los 30. Vi en una de las casas de este lugar, a una madre, lactando a su infante, que se había casado hacía 12 meses, y todavía (me dijo ella misma) no había cumplido 14 años de edad. Los¡ dedos del pie de este pequeño infante estaban muy dañados por la inserción de pulgas ponzoñosas. La mayoría de los habitantes de Santos caminaban descalzos y sus pies mostraban las huellas de este insecto destruc– tivo, tan común en esta región como en Río de Janeiro o New Orleans. La cuna de un infante en este lugar consistía en un pedazo de cuero de buey colgado como una hamaca en la esquina de la vi– vienda. Las cobijas de las camas eran de cuero de oveja. Un cordel amarrado al cuero que hacía de cuna, daba a la mamá la oportu ·
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