Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 421 Lima pasó por una tremenda prueba, pero en mejores circuns– tancias que el resto del país, no obstante que en el curso de los sucesos fuera víctima de una buena cantidad de calamidades. La sociedad fue arrasada hasta sus cimientos. El destierro, el decomiso de bienes y los empréstitos forzados, convirtieron a los adinerados en pobres familias. La vajilla, el mobiliario y realmente todo lo aprovechable, fue sacrificado en aras de la subsistencia y, muchas veces, sus espléndidas casas eran ocupadas por los mismos solda– dos. Toda clase de renta fue cortada. Lo que quedó del comercio estaba en manos de extranjeros quienes, algo protegidos por su neutralidad, sacaban partido de los desmanes de la época. Tal era, realmente, el estado de cosas y casi ningún cambio podía realizarse para mejorar la situación. Al momento de nuestra llegada, los generales españoles estaban en posesión de Lima y Callao, todo el Alto Perú y la parte de la costa desde Lima hasta el desierto de Atacama, mientras que los patriotas ocupaban la mayor parte del interior del país y la costa norte. Bajo tales circunstancias, con dos poderosos partidos luchando por la soberanía del país, era de esperarse que los intereses en con– flicto afectaran el destino del país. El virrey español, quien había sido dos veces ahuyentado de la capital y quien no podía conseguir la obediencia del pueblo sin el apoyo del ejército de 15 mil hombres reunidos en el Alto Perú, aún reclamaba el derecho de capturar barcos neutrales bajo las leyes de Indias; mientras tanto el Almirante Guise, comandando las fuer– zas navales patriotas y teniendo la supremacía del mar, bloqueaba toda la costa ocupada por los españoles sin tener que hacer esfuerzo alguno para protegerse. No había salvación para los barcos neutrales y nuestros barcos no tenían ninguna seguridad de no ser capturados y confiscados. Nuestros mercantes, siempre los primeros en afron– tar la dificultad y el peligro, fueron también los primeros entre las víctimas. El jefe de las fuerzas navales pronto se dio cuenta que los deberes que recaían sobre él, eran tan diversos y delicados por na– turaleza, que la discriminación más cuidadosa sólo le permitía una solución insatisfactoria de los males de que se quejaba. Tanto la simpatía individual como la consideración nacional, nos impulsaron a evitar por todos los medios un conflicto que podría perjudicar la causa patriota, y si nosotros hubiéramos estado dispuestos a ejercer represalias por la captura ilegal de los barcos, de nada nos hubiera valido porque los españoles no tenían con qué responder. Debido a nuestros intereses comerciales y a la conveniencia de preser ar relaciones amistosas con los patriotas, finalmente se vio

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx