Relaciones de viajeros

422 ESTUARDO NU&EZ claramente que debía recurrirse al General Bolívar, quien a la cabeza de los ejércitos de Colombia y el Perú, se encontraba en camino de atravesar los Andes, con el fin de enfrentar al Virrey La Serna. Cuan– do se determinó el camino a seguir, fueron llamadas las personas interesadas por el jefe de las fuerzas navales patriotas, para reunir las pruebas necesarias de los despojos de sus propiedades. Estando todo listo, se me ordenó marchar al cuartel general de Bolívar, co– mo portador del despacho del Comodoro Hull. El poco conocimiento que tenía de la lengua española me dio la ocasión de hacer esta interesante misión, la que emprendí con todo el fervor que me inspiraba su carácter original. Existía gran incertidumbre respecto a la posición donde se en– contraba el General Bolívar; aquellos a quienes les preguntábamos por los caminos para acercarse a las fuerzas de Bolívar mostraban la más profunda ignorancia. El 4 de junio de 1824, me embarqué en la goleta "Dolphin" lle– gando el 6 al pequeño pueblo de Huacho, al norte de Lima. Habiendo encontrado ahí a un oficial del Ejército peruano, de quien obtuve alguna información, determiné partir y, en efecto, como ya había llegado mi equipaje, traté con el Gobernador del lugar para ver dónde pasaba la noche, ayuda que debía obtener de él para la pro– secusión de mi viaje. Tan pronto como estuve instalado en su casa, empezamos nues– tras conversaciones oficiales. Le mostré las órdenes del Comodoro Hull y un gran paquete de documentos cosidos a una bolsa de lona. Vio la orden, pero su contenido era tan incomprensible para él como la bolsa de lona. Pensando, sin embargo, que ambas cosas eran im– portantes para "la Patria", estuvo llano a compensar con celo su falta de comprensión. Sus amigos, el primer Alcalde y el Intendente, fueron llamados en su ayuda y, habiéndoles explicado el proyecto en mi mal español, me procuraron un pasaporte que hubiera hecho justicia a la fama del inmortal Sancho Panza. Ordenaba a todos los gobernadores de los pueblos, a los militares y funcionarios civiles y pueblo en general, habitantes del Perú, que me facilitaran caballos, guías, bebidas y cualquier otra ayuda que yo pudiera requerir y fuera necesario para hacerme llegar al cuartel general de Bolívar. Bien sabía yo que tal pasaporte hubiera sido considerado absurdo por cualquier hombre inteligente, ya que el Gobernador de Huacho no era bien conocido ni tenía la menor autoridad más allá de su peque– ño pueblo, pero como eso atribuía un grado excepcional de impor– tancia a mi misión, preferí confiar en la ignorancia y benevolencia del pueblo con quien tendría que comunicarme en el camino, que

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