Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 423 sugerir al Gobernador que modificara tan extravagante documento. Posteriormente tuve bastantes razones para felicitarme de esta deter– minación. Teniendo previos conocimientos de las condiciones de un via– jero en América del Sur, me proveí de una ligera y portátil montura adaptable a cama de camino, brida y armas; no pasó mucho tiempo sin darme cuenta de la utilidad del primer artículo nombrado, ya que cuando llegó la hora de descansar, descubrí que el Gobernador no tenía forma de darme un cómodo alojamiento para la noche. La hora señalada para mi partida era las 6 de la mañana, hora en que debían estar listos los caballos y el guía. Bastante antes del amanecer las voces de los habitantes se mezclaban con los estallidos de los cohetes y el tañer de las campanas en honor a algún santo, ruido suficiente como para perturbar el sueño de todos los que ha– bían encontrado reposo, a despecho de los muchos insectos. Llegaron las 6 de la mañana y no habían caballos. Esperamos impaciente– mente hasta las 8, cuando al fin tres o cuatro de ellos fueron traídos por los campesinos quienes, como milicia en servicio activo, estaban bajo las órdenes del Gobernador listos para la ejecución de sus man– datos. Apenas vi a los infelices animales volteé la cara disgustado; realmente mi mente se rebeló ante la idea de tener esos animales como medio de transporte, aunque sólo fuera por siete leguas, ya que después de pasfidas éstas, serían cambiados por otros que nos habían prometido. El Gobernador respondió a mis protestas declarando que no se podían conseguir mejores animales. Tenían mataduras hasta el hueso y estaban tan débiles que no parecían poder em– plearse para ningún servicio, cualquiera que fuere. Arriesgándome determiné no hacer uso de ellos y así se lo dije al Gobernador en términos tan enfáticos, que, para verse libre de un huésped tan problemático, mandó a alguno de sus soldados que se apoderaran de los primeros buenos caballos que encontraran en– trando al mercado, pertenecieran a quien pertenecieran. De conformidad con esto, tres de ellos armados con lanzas se apostaron en una de las principales calles entre el campo y el mer– cado, para acechar a los infelices "paisanos" que pudieran venir con sus productos a e_sta nefasta hora. No había pasado mucho tiempo antes de que se viera venir a una mujer confiadamente al paso de una bien adiestrada y fuerte cabalgadura, cargada con dos canastos llenos de fruta y vegetales. Apenas había llegado la mujer adonde estaban los soldados, éstos tomaron el caballo de la brida y, sin má cere– monia o explicación, ordenaron a la mujer que s bajara del caballo y se lo pidieron para el servi io del Estado. A esto siguió una p no a
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