Relaciones de viajeros
424 ESTUARDO NU&EZ escena. Al pr incipio la mujer rehusó obstinadamente a la demanda de los soldados, diciendo que su esposo estaba sirviendo en el Ejército y que todos sus caballos excepto éste, habían sido llevados para el servicio del Estado, y que si también le quitaban éste, sus hijos se mor irían de hambre. Pensé que esa conmovedora súplica que dirigía a la benevolencia de los soldados, influiría en ellos. Tal escena era nueva para mí, pero para esta pobre gente de pueblo era muy fre– cuent e y, probablemente, junto con su propio infortunio endurecían sus corazones c;ontra el sufrimiento de los otros. La orden de desmontar de su cabalgadura fue repetida una y otr a vez con la mismas inflexible dureza que se dio la primera, y al fin , viendo la mujer la inutilidad de su discusión y resistencia, con– sin tió y los canastos fueron bajados del caballo. Ante la amargura de sus lamentaciones, me acerqué a ella y puse en sus manos una suma de dinero suficiente como para compensarla del riesgo de per– der el animal y sus servicios, se secó las lágrimas y me dio su ben– dición. De la misma manera se consiguieron otros caballos y poco después de las 9 de la mañana emprendía viaje en compañía del señor Hunter y de un indio que hacía de guía; tenía un triste presagio del futuro, puesto que el comienzo del viaje había sido muy desagradable. Nuestro camino pasaba por el pequeño valle de Huaura, cerca y paralelo a la costa ; se veía bordeado durante tres o cuatro millas con caña brava y algarrobo, e interrumpido ocasionalmente por tie– rras cultivadas . En tales lugares habían, más o menos en forma abundante, naranjos, limoneros, higueras, guayabos y otros árboles de frutas t ropicales, numerosos r iachuelos cruzaban las tierras, con cuyas aguas las irrigaban y cosechaban abundantemente cualquier cosa que sembraban. El cielo era claro, br illante y sin nubes; el aire soplaba suave_, mente a través de las hojas silvestres que sobresalían en la mitad de la angosta senda. Los pájaros cantaban alegremente en dulce ar– monía con el murmullo de los arroyos, salvo lo cual, exist ía un pro– fundo silencio que parecía venir de las tumbas. La escena estaba impregnada de tal encanto y nosotros estábamos tan impresionados por ella, que no podíamos pasar por este tranquilo valle sintiéndo– nos indiferentes. El frecuente entusiasmo de entregarse a las pláci– das visiones de la imaginación, nos sobrecogió al atravesar el peque_, ño valle de Huaura; la desaparición de t al visión por la desagrada– ble realidad de la vida humana, podría muy bien describir las sensaciones que tuvimos en ese momento. Ante nosotros apareció un desierto de arena con ~erras agrestes
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