Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 425 e inhospitalarios. En el límite de este desierto se hallaba situada la pequeña ciudad de Huaura, de 1,000 habitantes. Aquí el guía nos condujo a casa del Gobernador para desayunar, tal como era la cos– tumbre con los oficiales que viajaban al servicio del Estado; res– pecto a esto, y desde el principio del viaje, encontré que debíamos conformarnos, ya que no había alojamiento público en ninguna par– te. Llegando a casa del Gobernador, éste nos ofreció tan mísero desayuno que no discutimos mucho para llegar a la conclusión de conseguir algo de pan en la pulpería que se hallaba al lado. Las casas de Huaura eran de caña y barro. Su apariencia era mísera y sus habitantes, generalmente muy pobres. Con muy pocos minutos de retraso continuamos nuestro viaje y pronto nos encontramos en el desierto, en el camino que da al valle de Barranca, donde debía– mos pasar la noche. A dos o tres millas de Huaura hallamos numerosos y grandes e irregulares montículos de tierra como los que se encuentran en el Perú, y de los cuales no hay ni historia ni tradición que pueda referirse al propósito para el cual fueron levantados. Algunos su– ponen que eran lugares para enterrar a los muertos; otros piensan que ahí escondieron los tesoros del Inca en la época de la conquista, y para otros fueron monumentos erigidos en conmemoración de sucesos importantes durante el reinado de Incas notables. Lo cierto es que continuamente se ha encontrado restos humanos bajo la tie– rra, y también es cierto que se han descubierto grandes tesoros de ornamentos de oro y plata y utensilios de uso doméstico en estos extraños monumentos de la antigüedad. No pude recibir información alguna de la gente del lugar; solamente nuestro guía, respondiendo a mis preguntas, dij o que ahí se enterraba a la gente no bautizada y que no siendo buenos cristianos habían ido a "los infiernos". Ningún camino pudo ser más fastidioso ni tan poco interesante como el que tomamos para ir a Supe. La única novedad eran cerros y llanuras de arena, con excepción de los huesos de animales que habían perecido en el trayecto y que se hallaban regados por el camino. El sol del mediodía arrojaba sus rayos verticales mientras un calor seco y abrasador emergía de la árida arena. Como los ma– rinos de Colón al acercarse al Ecuador e impulsados por la igno– rancia de aquellos primeros tiempos, uno podía suponer que nos acercábamos rápidamente a los confines de la vida humana. A eso de las tres de la tarde, cuando habíamos recorrido veinte millas, se abrió a nuestra vista un pequeño valle cerca a la orilla del mar. Próximo al centro del valle se encontraba el pueblo de Supe con 400 o 500 habitantes. Aunque más pequeño que Huaura, f-uimos

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