Relaciones de viajeros
426 ESTUARDO NU~EZ recibidos más hospitalariamente. El Gobernador, después de leer 'mi pasaporte de Huacho, me llevó a su casa y me presentó a un grupo de sus jóvenes amigos, quienes se acababan de reunir para comer. La "Ollapodrida'' y un cuarto de cordero asado se hallaba ya caliente sobre la mesa, y para nuestra gran satisfacción, fuimos cordialmente invitados a participar de tal comida. El alimento se había colocado sobre una mesa de roble, grande y tosca y sin mantel; se utilizaron bancas para sentarse y con tres cu– charas, tenedores y cuchillos, comimos abundantemente 10 de no– sotros, sin otro inconveniente que el producido por el intercambio ocasional de cuchillo por cuchara, cuchara por tenedor, etc. Pensé que no era oportuno mencionar este inconveniente, ya que el mo– mento parecía fomentar la amistad y el buen entendimiento de to– dos. Especialmente era muy agradable cuando alguna de las jóvenes señoras ofrecía su tenedor o cuchara, y en cambio le solicitaba a uno el cuchillo. El exigente esclavo de las costumbres, cuya vida monótona e invariable ha discurrido apaciblemente con el correr del tiempo, se hubiera sentido en un trance embarazoso sentado en compañía de mi hospitalario anfitrión, pero mis ocupaciones profesionales me habían colocado repetidamente en situaciones en que encontraba ne– cesario graduar mis deseos de acuerdo a las costumbres o necesida– des de otras gentes, y el principal inconveniente que experimenté en E.:ste instante, fue el de no sentirme familiarizado con la etiqueta de la sociedad a la que había sido lanzado. El buen anfitrión hacía servir el vino en abundancia con más de una alegre burla y la reunión parecía reflejar su buen tempera– mento. Después de tan agradable comida nos levantarnos de la mesa del mejor humor imaginable, y tan buenos amigos corno si nos hubiéramos conocido hacía mucho tiempo. Las señoras nos invitaron a reunirnos con ellas en el pórtico para fumar y una de ellas sacó una pitillera del pecho, con la que ofreció amablemente a todos y luego se sirvió ella. =-ti día estaba bien avanzado cuando, después de despedirnos afablemente, emprendimos viaje a Barranca. Teníamos tres leguas por recorrer. El camino era igual al que habíamos pasado en la maña– na, pero el sol había perdido su fuerza y nuestra comida nos había dado un terna alegre para pasar el tiempo. Barranca está situada cer– ca de la desembocadura de un pequeño río que nace en los Andes. El valle es angosto y el pueblo no tiene más de 500 a 1.000 habitan– tes. Era el atardecer cuando llegarnos allí. El Gobernador ordenó a un joven oficial que nos llevara a casa de una anciana viuda y le
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