Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 429 raleza. Habiendo obtenido una envidiable supremacía no le queda– ba más remedio al pobre Gobernador que seguir en su puesto, ya que no se aceptaban dimisiones en esta penosa época, y cualquier negligencia de su parte referente a asuntos oficiales, traía sobre sí el odio, la sospecha por mal patriota y sus fatales consecuencias, en un período no distante. Don José Roxas, nuestro anfitrión en Pativilca, era un buen pa– triota que, según nos dijo él mismo, había destinado a su hijo a la causa. Mientras nos atendía con un poco de vino agrio y un poco de carne de cabra asada, había mandado hacer relevo de caballos y pedido un nuevo guía para llevarnos a Huaracanga, donde pasaría– mos la noche. Dejamos pronto el valle y seguimos nuestra ruta paralela a éste por un desierto y campo irregular, cuyas ondulaciones se elevaban más y más que las otras, a medida que avanzábamos al interior del país. Las áridas rocas, que aquí y allá se alzaban en rudo contraste con el resto del irregular desierto, se hacían cada vez más y más grandes de acuerdo a la altitud de la naturaleza, a medida que se alejaban del océano. Nuestra vista estaba fija, con más interés que lo acostumbrado, en uno de estos agrestes puntos, a medida que nuestro tortuoso camino nos acercaba a su base. Inaccesible éste por todas partes menos por una, se levantaba con un ángulo de cerca de 45 grados, con terraplenes uno sobre otro sucesivamente desde la base hasta casi el tope; estimé su altura en cerca de 400 pies. Acá los "Hijos del Sol'' hicieron uno de sus más grandes e1:;– fuerzos para resistir o vencer a sus invisibles conquistadores. Den– tro del área de esta antigua fort aleza [¿Paramonga?] se puede ob– servar un montículo de tierra, donde en recientes excavaciones se han encontrado gran cantidad de huesos humanos, me di cuenta qu~ muchos cráneos tenían el pelo casi completo. Pedazos de tela de lana y algodón se hallaban también esparcidos sobre el campo, y, aunque probablemente habían estado enterrados por varios siglos, algunos de ellos mantenían todavía colores muy vivos. Muchas cosas han sido encontradas en estos lugares en magnífico estado de conserva– ción; entre estos notables descubrimientos, hechos por gente curiosa y avarienta, había una insignia de autoridad de los Incas, la cual fue ofrendada al General Bolívar. No habíamos ido muy rápido, y parecía como si fuéramos en lento paseo con nuestros desventurados caballos por el resto del día, pero los pobres animales estaban agotados un poco antes de llegar a Huaracanga [¿Huaritanga?]. Tal era la mi rabl inho - pitalaria apariencia de este lugar, que la cercanía de la noch no
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