Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 435 mil a dos mil indios que vivían en chozas de caña embarradas sin adorno de la menor apariencia de pulidez. Los habitantes eran muy morenos, llevaban el pelo en largas guedejas trenzadas, y mostraban en su aspecto más de aquella salvaje fiereza que lo que es común entre los dóciles y cariñosos aborígenes del Perú. Al Norte, Sur y Occidente de Marca se elevan las montañas en un ángulo agudo a una grande altura, bien cubiertas de herbaje y algunas habitaciones aquí y allí diseminadas. En todas aquellas laderas se veían paciendo animales domésti– cos, y los que estaban junto a la cumbre se nos hacían tan dimi– nutos, que un caballo no parecía mayor que un perro. Tomando luego nuestra vista hacia el Oriente, sentimos un singular placer, porque caminando en dirección del río y al principio por un paso estrecho, miramos a las cimas de las montañas que descendían de una en otra con la más ordenada gradación, hasta que allá, muy lejos, se detuvo la vista sobre un ancho espacio de atmósfera espesa con superficie lisa y brillante, iluminada por los primeros rayos de la aurora, y que a aquella distancia parecía el descubierto seno de un inmenso lago. Mi compañero al instante exclamó que veía el Océano, y era la ilusión tal, que no se disiparon nuestras dudas hasta que todo el r esplandor del día hirió de lleno en las montañas, y la neblina dejó ver las cosas en su verdadero aspecto. De buena gana hubiéramos descansado un rato en Marca, pero nuestros que– brantados y casi exhaustos miembros se vieron aguijoneados a sacar fuerzas de flaqueza, por el disgusto de ver el sucio y miserable inte– rior de la casa del Gobernador. Por consiguiente, tuvimos que con– tentarnos con tomar un corto resuello sentados o recostados, mien– tras nos dieran mulas de refresco para pasar las cQntiguas montañas. Aquí encontramos abundancia de pan, y los habitantes estaban bien provistos de todas las cosas necesarias de la vida. Sin embargo, no parecían estar más que medio civilizados; y una gran porción de ellos no hablaban el castellano. El Gobernador era blanco, un po– lítico farandulero, y a lo que pude colegir de su charla y aparien– cia, era muy propio para aquellos tiempos: él anduvo no obstante harto listo en facilitarnos los auxilios que le pedimos, y sin pasarse mucho tiempo nos puso en estado de proseguir nuestra jornada. Las montañas estaban aquí verdes por la yerba y escaso follaje de desmedradas matas. De entre las rocas asomaban flores lindas y olorosas, que en agradable variedad contrastaban con el sombrío tinte que en general tenían las escenas en contorno. Mirando alrededor de nosotros algunas veces no ncontrába– mos en medio de un círculo de altas montañas, donde no se p r ibía

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx