Relaciones de viajeros

438 ESTUARDO NU~EZ pasadizo común, por donde guías y soldados iban y venían sincere– monia por encima de nosotros con sus sillas y arneses . Aquí fue donde por primera vez nos dieron razón cierta del cuartel general de Bolívar, quien se hallaba en Huaraz, dos leguas solamente de Arecuai. Ya era medio día cuando nos facilitaron ca– ballos, y luego salimos caminando por la falda de las cordilleras como a una legua de la nieve. Bien arriba de las colinas y cerros que nos rodeaban, había ricos campos de caña de azúcar, maíz, tri– go y cebada. Parajes había cultivados que parecían inaccesibles y prometían una abundante cosecha; y árboles de guayabas, chirimo– yas, naranjas y limones formaban espesos bosques alrededor de las embarradas chozas de los habitantes. Aunque la distancia de Arecuai a Huaraz no era más que de seis millas, nosotros tarda– mos cinco horas en rendirlas. Como a las seis de la tarde entramos en la ciudad, y nos dirigie– ron a casa del prefecto. Aquí todo mostraba un aspecto totalmente diverso de todos los parajes que habíamos visto anteriormente. Mu– chas de las casas eran grandes y elegantes, las calles anchas y bien empedradas, y los oficiales y soldados pasaban acá y allá con el ai– re marcial de su profesión. El prefecto era un coronel, y así que le informé de mi comisjón, dio orden a un ayudante para que me bus– case alojamiento, y a otro para acompañarme a casa del Liberta· dar. Con una barba que no había tocado navaja desde el principio de mi viaje, y con un vestido entrapado del polvo y suciedad que hal:>ía cogido por el camino, no podía yo desear ser presentado a S. E. hasta asearme y mudarme de limpio, lo cual hice presente al prefecto. Claro está que en este punto debía él convenir con mi pa– recer, pero después de haberlo pensado un poco me indicó que eran tales las instrucciones que tenía del Libertador que no po– día tomar sobre sí la responsabilidad de semejante dilación. Yo accedí de mala gana y me despedí de él, saliendo en compañía del oficial, quien me condujo al alojamiento del Libertador. A poco de haber andado, entramos en un gran patio, donde es– taba la guardia: el oficial de ella, capitán o teniente, era un mulato atezado, y varios de Jos soldados pertenecían a la misma raza mix– ta. Habiendo pasado el recado de mi llegada, bien pronto me hallé en una situación, que fue menester llamar toda mi firmeza en mi socorro. Yo fui introducido a un gran salón donde el General Bolí– var estaba sentado a comer con cuarenta a cincuenta de sus oficia– les vestidos de hermosos uniformes, y como me dieron a conocer por oficial de Marina de los Estados Unidos, S. E. se levantó de la

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