Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 439 mesa, me dio cordialmente la mano y me hizo sentar a su lado. Me convidó a comer, pero luego me dispensó cuando me excusé de ha– cerlo. "Yo presumo'; dijo él "que V. no habrá tenido mucho vino por el camino que ha traído, y así espero no se negará a tomar un vaso de champaña''. Luego me hizo algunas preguntas sobre mi viaje, habló libre– mente sobre varios asuntos, invitó á los oficiales á llenar los vasos, y me introdujo con ellos brindando á mi salud con una copa. Su cordialidad, su franqueza y cortesía exenta de toda ceremonia, me disiparon enteramente la cortedad que sentí al principio de mi pre– sentación. El continuó hablando sin cesar y con viveza hasta que se acabó la comida que fue poco después de mi llegada. No que– riendo sin duda continuar por más tiempo en los placeres de la mesa, guardó silencio, y levantándose de su asiento, los oficiales se despidieron al instante. Después de haberse retirado la compañía, le pregunté si quería S. E. recibir los despachos de que había tenido la honra de ser el portador, o si se los entregaría al día siguiente; a lo que me respondió. "Ahora los recibiré y los examinaré inme– diatamente, y cuanto antes me sea posible despacharé la contes– tación, para que V. se la lleve a su comandante''. En seguida se ex– cusó conmigo por no poder hospedarme consigo por cuanto no había un cuarto desocupado en la casa; y llamando al capitán Wilson, uno de sus edecanes, le encargó de buscar un alojamiento cómodo para mí y mi compañero en la casa de algún ciudadano. "V. debe venir", añadió él dirigiéndse a mí, "a almorzar mañana conmigo y a comer a mi mesa mientras permanezca V. en Huaraz''. El capitán Wilson y yo nos encontramos con el ayudante encargado por el prefecto de buscarnos alojamiento, y él nos condujo a casa de Don Manuel Sal y Rosa, uno de los alcaldes de la ciudad. Este caballero no estaba en casa, su mujer como de costumbre nos em– pezó a llorar miserias, siempre con la cantinela de la mucha pobre– za. El oficial peruano trató de ridícula su excusa, llamando su <:\ten– dón sobre la apariencia de cuanto había en la casa que indicaba dis– frutar sus dueños de comodidades, y yo no sé en qué hubiera para– do todo, si la llegada oportuna de Don Manuel no hubiera puesto fin a la controversia diciendo que su casa con cuanto había en ella es– taba a nuestro servicio. La impresión favorable que esta caballe– roso proceder hizo en mi ánimo en esta ocasión, fue plenamente corroborada por la cortesanía y atención con que nos trató des– pués, y todavía en mis lisonjeros recuerdos le cuento entre 1 nú– mero de aquellos hombres, con quienes me ha hecho ncontrar la
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