Relaciones de viajeros
442 ESTUARDO NU~EZ los ánimos tanto buen humor y encanto, que embelesados los ojos de todos estaban fijos en él con extático deleite. Al veterano coro– nel Sands, irlandés, que con su larga carrera y señalados servicios en Colombia se había granjeado un lugar distinguido en el aprecio del Libertador, y que había llegado la víspera a la cabeza del regimiento de los Rifles, le habló de sus anteriores campañas, y le preguntó si en los llanos de Jauja (donde se esperaba tener dentro de breves días un encuentro con los españoles) podría su biza . rro regimiento mantener la gloria que había adquirido en tantas y tan reñidas batallas. El coronel que era tan notado por su modestia como por su intrepidez, se sonrojó al responder en la afirmativa. El Libertador, entonces, dirigiéndose a la compañía relató una porción de brillantes hazañas ejecutadas por el regimiento y por individuos que servían en él. Del coronel Sands y los Rifles, pasó con una gracia que le era peculiar, a hacer el elogio de otros regimientos y divisiones del ejército colombiano en que algunos de los oficiales presentes habían adquirido reputación. Dijo, que ni en la historia antigua ni en la moderna podían ha-: llarse ejemplos más brillantes de patriótico denuedo ni de heroís– mo individual, que los que presentaban los anales de la revolución de Colombia. En confirmación de ello siguió contando con clara pro– lij idad la noble conducta de algunos de los mártires de la libertad, á quienes habia conocido personalmente, o cuyos esfuerzos estu– vieron en consonancia con los suyos en la gran lucha de la emanci– pación. Lo que me sorprendió sobremanera, fue el oir las compa– raciones que hizo, cuando pasó de Colombia a hablar del Perú. Condenó a los peruanos en términos generales: dijo que eran unos cobardes, y que como pueblo no poseían una sola virtud varonil. En suma, sus denuestos fueren ásperos y sin r eserva. A mí desde lue– go me pareció que aunque fuesen justas sus observaciones, eran impolíticas, extemporáneas y capaces de perjudicarle seriamente en el afecto de las gentes de aquel país, al paso que er a imposible que en ningún caso produjesen provecho alguno. Luego me dijeron que siempre solía hablar así de los peruanos, y a esto creo que debe con razón atribuirse, el que aquellos habitantes no mostrasen ma– yor gratitud hacia los colombianos por el fraternal socorro que les dieron para arrojar a los españoles de su país . La comida con– sistió, según la costumbre española de diferentes platos, y así es que se cubrió la mesa lo menos siete u ocho veces.
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