Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 445 unas respecto de las otras, y éstas divididas en clases con intereses diametralmente opuestos, muchos de ellos ligados a los añejos abu– sos. Reflexiónese detenidamente sobre el influjo que tiene en el hom– bre la religión, y cuando se haya meditado que sólo una y exclusiva era la que seguían todos los habitantes de aquellas regiones, se po– drá venir en conocimiento de la ascendencia que debía ejercer en el corazón de sus feligreses un clero rico y numeroso, y el gran poder que debían tener en la dirección de los negocios públicos, los que dominaban las conciencias de todas las clases. Considérense ahora los grandes trastornos que causó en las gentes una revolución de aquella especie en medio de una guerra tan larga y desoladora, el f. aniquilamiento de los caudales, la muerte ó destierro de tantas fa- milias ligadas a aquel suelo por los lazos del interés, de la sangre, de la amistad y del amor; el descontento que traen consigo seme– jantes acontecimientos, luego el desorden que acarrean los sacu– dimientos políticos en todos los ramos de la administración pública, y las muchas y nuevas necesidades a que hay que atender. Agrégue– se á esto un numeroso ejército envanecido con la victoria, menos– preciando al pueblo que ha desmoralizado con su ejemplo, y recla– mando para sí todo el loor, gloria y provecho del triunfo; tantos generales y oficiales aspirando a los primeros empleos y a las pro– piedades de los que habían tenido la desgracia de no seguir su sistema, y celosos entre si sobre quién se cogía la mejor presa. En fin recapacítese sobre todo esto, junto con la fuerza repulsiva que deben prcducir los arraigados hábitos de aquel pueblo bajo una monarquía absoluta por el espacio de tres siglos, y al ver que estos eran los elementos de que podía disponer el General Bolívar para establecer una república libre, se convendrá en que era más fácil morir en la demanda que consumar la obra. En el discurso de la conversación se trató del ejército español del Alto Perú, y el Libertador abrazando toda ocasión de inspi– rar confianza a sus oficiales, habló de los españoles en los térmi– nos más bajos de escarnio y desprecio, expresando en el hilo de sus observaciones que "un colombiano era igual á dos ó tres españoles en el campo de batalla''. Un edecán dijo que se había detenido más en la mesa aquel día que lo de costumbre. El continuó en su vivo y picante discurso con todo el entusiasmo y energía con que había comenzado. Siendo ya entrada la noche, guardó silencio, se levantó de la silla y se retiraron los oficiales. Al despedirno nos rujo á Mr. H . y a mí, que no faltásemos al almuerzo y nos dio las buenas noches. A la mañana ·siguiente temprano ibamos a casa del Liberta-
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