Relaciones de viajeros

448 ESTUARDO NU.1\rEZ eventos de la vida de V.E. Permítame V.E. que le pregunte ¿qué cosa fue la que primero le indujo a emprender la revolución de Co– lombia?-"Desde mi niñez", me respondió, "no pensaba en otra "cosa: yo estaba encantado con las historias de Grecia y Roma. La "revolución de los Estados Unidos era de fecha reciente, y presen– "taba un ejemplo. El carácter de Washington infundió en mi pe~ho "la emulación. Los españoles que ocupaban los destinos en Colom· "bia en tiempo del Rey, no sólo eran tiranos sino que estaban ence– "nagados en los vicios más brutales. En 1803, fui a Francia con "otros dos compañeros (mencionó sus nombres), y estábamos en "París cuando la coronación de Napoleón: todo era regocijo en la "ciudad; pero nosotros no salimos del cuarto, y hasta cerramos las "ventanas. De Francia pasamos a Roma: en Roma ascendimos al "Monte Palatino, allí nos arrodillamos todos tres y abrazándonos "uno á otro juramos libertar a nuestra patria o morir en la de– "manda. Uno de mis compañeros volvió conmigo a nuestra patria y "pereció en el campo de batalla: el otro nunca volvió, ni sé qué ha "sido de su suerte''. El dijo que había ·sido echado tres veces de Colombia, después de haber sido dispersados o muertos los amigos que había reuni– do; pero que sus amigos se le habían vuelto a incorporar; que tor– no á la palestra, perseveró y por último había triunfado coronado sus esfuerzos. El describió el carácter de los /Jefes españoles que mandaron en Colombia en diferentes periodos, y dijo que todos eran crueles, pero particularmente uno de ellos llamado Boves lo era en extremo. "Aseguro a V'r, añadió, "que era peor que un tigre: "en tomando una plaza ocupada por los patriotas, pasaba barba· "ramente á cuchillo á hombres, mujeres y niños sin distinción. Nin– "gún hombre civilizado'', prosiguió, "podrá concebir la barbarie de "estos jefes españoles: en las guerras de Colombia han matado por "lo menos quinientas mil personas''. En la conversación ordinaria el semblante de Bolívar presen– taba un aire melancólico, y apenas levantaba los ojos del suelo; pero si trataba algún asunto que le interesaba mucho, entonces ad– quiría mucha vivacidad, miraba cara a cara al que le escuchaba atento, y en cada gesticulación se veía expresada una alma encen– dida de vivas pasiones. El era bien parecido tanto de semblante como de persona. Su estatura, aunque no alta, tampoco era peque– ña, tenía la tez trigueña, aunque tal vez lo estaba más de lo que realmente era, por estar continuamente expuesto a las faenas e in– temperies de una vida militar en un clima cálido. Sus ojos tenían una expresión que creo no puede pintarse ni con el pincel ni con

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