Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 449 la pluma. El color de ellos era castaño-oscuro. Todo en él era grande e infundía respeto y admiración. A las 11 nos llamaron a almorzar con mucha pena mía: luego que nos levantamos de la mesa y me despedí del Libertador, su secretario me entregó la respuesta a los despachos de mi coman– dante, y habiendo mandado S. E. poner á mi disposición cinco mu– las buenas, y dádome un pasaporte en términos casi tan fuertes como el del Gobernador de Huacho, tomé mi camino, después de haber dicho un tie:rno adiós a Don Manuel y a los oficiales del ejér– cito con quienes tuve el gusto de tratarme. No queriendo volver a andar la misma ruta sobre las monta– ñas y arenales que había atravesado desde Huacho a Huaraz, abra– cé con mucho placer el consejo que me diéron de volver á la costa por la vía de Trujillo, aunque era mucho mayor la distancia. Habiendo perdido los apuntes que tenía hechos concernien– tes a aquella parte de mi viaje desde Huaraz hasta la costa del mar, y no acordándome de los demás pormenores que podían suponerse interesantes al lector, no puedo tratar de pintar las montañas y desiertos, las rústicas poblaciones de indios ni los deliciosos valles que vimos. Así que pasamos las montañas, cam biamos las mulas por caballos, y en cinco o seis días llegamos a Santa, sobre la costa del mar. Aquí el Gobernador que era un po- bre ignorante, nos despachó á casa del Alcalde Pizarro, que era un mulato, donde pasamos la noche. Se nos había prometido que nos tendrían listos los caballos en la madrugada del día siguiente, pero cuantas horas se iban pasando desde que salió la aurora, tantas veces acudimos a pedir al Gobernador los caballos, y otras tantas nos prometía mandárnoslos. Finalmente cuando a cosa del medio día ya nos pusimos más formales, insistiendo seriamente en que se nos proveyese de caballos, el Gobernador se escondió sin que nadie su– piese donde se le podría hallar. En vano le habíamos bucado en toda la villa por algún tiempo, cuando de repente le encontró mi compañero en la plaza; más apenas vio a Mr. H. cuando apretó a correr a pies para que os quiero. Sin embargo fue pronto alcanza– do, y Mr. H. le aplicó a las ·espaldas el látigo del caballo con buenas ganas. El Gobernador entonces se vino a buenas y tomó a bien par– lamentar, entró en condiciones que cumplió con mejor fe que lo había hecho con sus anteriores promesas, y por este medio no hallamos por fin en estado de poder partir de allí cerca del anochecer. Al salir cruzamos el río Santa, que es un raudal ancho, rápido y peligroso de pasar á tales horas por el derretimiento de la niev

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