Relaciones de viajeros
450 ESTUARDO NU&EZ de los Andes. Algunas millas mas allá está la Hacienda de Guada– lupe, donde fuimos recibidos bondadosamente por el dueño, des– cansamos un rato, tomamos un refrigerio y a cosa de la media no– che proseguimos nuestra jornada por medio de un arenal hacia un pequeño valle, distante setenta millas de nosotros. Espoleamos nuestros caballos por aquel inmenso páramo de arena donde se en– terraban hasta más arriba de la cerneja los pobres animales, sin ver rastro de pasajero alguno que nos hubiese precedido, ni dejar atrás marcada huella, porque todas las tapaba luego la brisa que sua– vemente corría del mar hacia tierra adentro. Nuestro guía era para nosotros lo que la brújula para el marinero; él iba guian– do, y nosotros seguíamos derechos sin discrepar un ápice con la misma fe que el timonel sigue el inmutable imán. Ya el sol había andado la mitad de su carrera al día siguiente, y nosotros todavía estábamos caracoleando por entre los médanos de brillante y abra– sadora arena, de los cuales salimos c0n gran satisfacción nuestra para entrar en un valle pantanoso, cubierto de espesas cañas y al..1 garrobos, y que se extendía desde el mar hasta las pedregosas y de– soladas montañas del interior. Al principio contilluamos llenos de confianza, volteando a derecha e izquierda conforme se presentabaD. los estorbos, algunas veces volviendo adonde estaba el camino más abierto, hasta que se vio claro que se habían confirmado por des– gracia nuestras sospechas, de que el guía se había extraviado, si acaso no enteramente perdido. El valle tenía como una milla de ancho, y pudimos penetrar hasta como á cien varas de la orilla opuesta a aquella por donde habíamos avanzado; pero allí nos to– pabamos por donde quiera que nos acercábamos con unos matorra– les tan espesos, que impedían todos nuestros esfuerzos para pasarlos. Renuente el guía a confesar su yerro, dio varias disculpas, hasta que viendo nosotros su incapacidad, abiertamente le culpamos de ha– bernos descarriado. Estábamos a la sazón a cincuenta millas de Santa y veinte del lugar de nuestro destino, a donde ya habríamos llegado, si nos hubieran guiado por camino derecho. Lo cierto es que ya no nos quedaba mas de una hora de sol, cuando el guía con– fesó que había perdido la esperanza de encontrar medio por donde pudiéramos desembarazarnos de la presente dificultad, pero nos dijo que si era posible abrirnos una salida por aquella angosta espe– sura que nos separaba del páramo opuesto, él podría dar con el camino. Sin haber probado un b<;>cado ni bebido una gota de agua des– de que salimos de Guadalupe, y estando muy maltratados nuestros caballos, parecía una alternativa muy desesperada el desandar cin-
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