Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 471 Lima me dirigí a la residencia del capitán general Don Bernardo O'Higgins, quien expresó gran placer al verme, como también de saber de sus amigos de Chile, varios de los cuales le habían escrito. Apenas había estado una medía hora en la ciudad cuando llegó un edecán del general Bolívar a buscarme, pero como mis despa– chos estaban dirigidos al presidente del Perú, visité a este perso– naje primero; apenas había empezado a leer la correspondencia cuando llegó otro edecán del Libertador (así se llamaba al general Bolívar) y exigió las cartas. El presidente, Don Bernardo de Torre Tagle, se las dio, diciéndole que informara al general que era una exigencia muy .singular del gobierno chileno, concluyendo con "ahí va este pastel". No hubiera usado tal expresión, porque en cuanto el general Bolívar llegó a leer los documentos montó en cólera tal que declaró que si no fuera porque tal paso expondría la causa que servía al ridículo de nuestros enemigos, haría publicar la corres– pondencia. El Libertador me reconoció y me preguntó por qué había de– jado el servicio de Colombia. Informé a su excelencia que (de acuerdo con lo que me había informado en Inglaterra don Fran– cisco de Zea, el enviado colombiano) todos los que se habían unido al general Mac Gregor después del retiro de Santa Margarita, o que lo habían seguido a Florida o a Portobello habían sido des– pedidos, y yo entre ellos, aunque había sido capturado antes de llegar a la isla Amelía, y había sido enviado a la Habana, donde estuve hasta 1821. El general insistió en que regresara a su ej ército, haciéndome ofertas muy liberales; pero habiendo ~ntrado al servicio de Chile, aunque con grado inferior, me excusé de volver a hacer un nuevo cambio. El general O'Higgins me informó al otro día que los despachos que yo había traído anunciaban al gobierno que la expedición es– taba casi lista para embarcar, pero que era necesario que se envia– sen abastecimientos de guerra a Arica, pues éstos no se encontra– ban en Chile; esto explica el desconten to expresado por el Liberta– dor al leerlos. Tuve que pagar cuatro onzas de oro por mi pasaje, y cincuenta dólares por mi caballo; por lo tanto, como el ejército estaba atra– sado de pagos y mal de raciones, hubiera tenido que pasar mucho inconvenientes y privaciones, pero afortunadament el gen ral O'Higgins me trató como su invitado ; era muy respetado, lo vi– sitaban los per sonajes más importantes de Lima, a í orno lo j f
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