Relaciones de viajeros
478 ESTUARDO NU~EZ tinguidos, y que su conducta ha merecido nuestra c;onfianza y protec– ción; permítame recomendarlo con toda efusión, pues estoy seguro que es digno de su estimación porque confío que corresponderá al país co– mo un caballero patriota no menos que a las atenciones que tenga la bondad de dispensarle. Sus órdenes serán atendidas con toda satisfacción a cualquier dis– tancia por su afectísimo amigo. Tomás Guido El cuatro de Febrero recibí mi pasaporte y me dirigí al Callao con el mayor Caraveda quien debía tener pasaje a Chile conmigo, pero no estando el bergantín listo hasta el día sigu·ente, retor– nó el mayor a Lima, y yo me acuartelé con el coronel Morla, que tenía el mando de la artillería chilena, y residía en la fortaleza. Ce– né con el gobernador, que firmó mi pasaporte a eso de la media noche, y que me dio varias cartas para Chile y Buenos Aires (era natural de esta última); el coronel regresó conmigo a su casa, y apenas me había retirado y empezaba a quedarme dormido cuando roe despertó un ruido confuso, como de muchas personas discu– tiendo; me levanté y me dirigí a la puerta pero un soldado al ser– vicio del coronel me indicó que no saliera porque había bochinche entre los soldados peruanos y los de Buenos Aires; esto me alar– mó a mí y al coronel y al resto de la familia, y a él le dio un tem– blor nervioso, pues ya tenía más de sesenta años de edad, y me dijo: "Sotaliffe, esto es asunto de los godos. Estamos perdidos". Hice lo posible porque mantuvieran la calma él y su esposa y traté de enterarme de lo que estaba pasando. Escondí mis papeles y mi dinero en mis propias ropas, me disfracé con el capote de uno de los soldados y con su gorra, y salí por la puerta falsa. Me encontré con la repetición de lo que ya había pasado en Lima. Los soldados habían hecho prisioneros al general Alvarado, el coronel Entom– ba [¿Esponda?] y otros oficiales principales, y habían logrado que los otros destacamentos se les unieran. La artillería chilena respe· taba a su coronel, y por tal motivo éste no estaba prisionero con los otros. El culpable de este acto de violencia, el cabecilla, era el sargento Moyano del batallón N? 11; antes había sido oficial pero se le había reducido a filas por su mal comportamiento. Regresando donde los coroneles, encontré un guardia de cabo en la puerta. Recordé que un número de marineros ingleses y ame– ; ricanos habían sido arrestados por contrabando, y a quienes yo había tratado de liberar; en aquel momento la guardia los había dejado y estaban de pie en grupo cerca del lugar de su encierro; al
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