Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIÁJERÓS 479 princ1p10 no me reconocieron, pero en cuanto me dí a conocer, obtuve de ellos un par de pantalones, y una camisa roja, un cha– quetón y un gorro peludo que me disfrazaron de lo más bien, so– bre todo cuando me afeité ios bigotes; mi propio uniforme quedó guardado en mi bolsa; aquí me quedé sin que me molestasen hasta las ocho, en que todos salieron libres. No bien había obtenido mi libertad cuando fui donde el capi– tán Fisher, que tenía una taberna y había sido pasajero conmigo err el Bruce; aquí conseguí un nuevo disfraz; me dirigí apresurada– mente al muelle, pero me ericontré con que los botes estaban pro– hibidos de llevar pasajeros a los barcos: mientras me preguntaba qué hacer, el capitán Brechard, de nacionalidad francesa, que co– mandaba una corbeta peruana, la Santa Rosa, vino al muelle; allí estaba su bote pero faltaba uno de sus hombres cosa que lo irritó; aprovechando la oportunidad dí un paso adelante y me ofrecí para reemplazar al hombre, y así fui inmediatamente aceptado como remero, oficio que desempeñé hasta llegar a su barco; dio órdenes a un oficial y luego fuimos a un barco francés, L'Amerique, del Havre, del capitán Haselin, mi amigo; no bien llegó él a bordo cuando subí por la pasarela a cubierta. El preguntó qué diablos hacía allí; yo le conté, agradeciéndole, cuáles habían sido los medios por los que había logrado escaparme de tierra; el capitán me dio la mano y la bienvenida a su barco, pero el capitán Brechard lo tomó muy en serio y empezó a hablar de transacciones. En eso vi al bergantín Laurel y le pedí al piloto que mandase un bote por mí, diciéndole al capitán Brechard que si la bandera del barco en que estaba no me podía proteger, más valía que me fuera; enton– ces nos dimos la mano y me pidió que guardara el secreto para con los nuevos gobernantes en tierra; luego todos nos sentamos a desayunar y el capitán Haselin, y su cirujano y sus oficiales goza– ron lo indecible con el relato de mi escapada. Los amotinados tomaron al almirante del puerto, general Vi– vero, al maestro de puerto, y a todos los jefes y oficiales que pu– dieron encontrar y los encerraron en la fortaleza. Yo tenía algunos artículos de mi propiedad en mi equipaje de a bordo, pero el grueso de éste, y mi caballo, estaban en la fortale– za; yo le había vendido mi caballo a un amigo por 200 dólare , p ro Moyana se lo apropió para su propio uso, lo cual hacía que mi pér– didas fueran cuantiosas; pero había logrado mi lib rtad y por tanto me di por satisfecho. Los comerciantes del Callao sufrieron norrnem nt pu no
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