Relaciones de viajeros
482 ESTUARDO NU.~EZ Mi amigo don Felipe Santiago del Solar me invitó a acompañar– lo con su familia a la capital y me ofreció caballos, etc. En este caso reconocí la verdad del dicho: ''A los amigos se les conoce cuando se les necesita". Los informes traídos por mí r.ran esenciales tanto al gobierno como a los comerciantes, pues había un buen número de barcos listos para zarpar para el Callao y otras partes, pero como nadie parecía crer lo que yo les decía, nadie me agradeció. He de añadir aquí que el gobierno nunca le pagó al capitán Gill, aunque yo man– dé el memorial de acuerdo a las instruciones del general Zenteno. Ya había gastado toda mi plata en el Callao para asistir al ca– pitán Gill en la proveeduría de aves, verduras y otras cosas nece– sarias, así es que no tenía ni un dólar cuando llegué a tierra, y co– mo el gobernador no me podía pagar lo devengado, estaba en una situación por demás incómoda. Sin embargo, don Felipe Solar me hizo el servicio, y yo llegué a Santiago al otro día y me presenté ante el supremo dictador actuante, don Fernando Errázuris, quien estaba muy ocupado con el nuncio papal, monseñor Mussi, que ba– hía recién llegado de Roma, y así no pudo atender lo que tenía que decirle respecto a los sucesos del Callao. Pero al otro día tuve una corta audiencia con su excelencia, el ministro de guerra y el de hacienda; tan incrédulos se mostraron, que yo me puse frenéti– co, y hablé en términos que no gustaron a su excelencia. Por lo tamo, ese mismo día me ordenaron ir a Coquimbo. Visité al mi– nistro de guerra, don Diego Benavente, que no me conocía, y le expliqué mi imposibilidad de obedecer esta orden sin dinero, caba– llos ni aun uniforme; me ordenó hacer un memorial y pedir dos meses de paga, lo cual recibí. También me dio una espada, que tenía de muestra, con u_na orden para el intendente, general Las– tra, que me dieran dos caballos y una mula, todo lo cual se cumplió. También me dio un documento autorizándome a pedir otras cosas de los magistrados y gobernadores a quienes tuviera ocasión de molestar durante mi marcha a Coquimbo. El general Miller, a quien había conocido en Lima, había re– gresado de los baños de Colina. Lo visité; él vivía con el general Blanco, jefe de estado mayor; me preguntó con mucho detenimien– to, y pareció admitir que cuanto le había contado era verdad. El nuncio no se quedó mucho tiempo en Chile, pero el go· bierno obtuvo de él que disminuyera las fiestas y aboliera otras ceremonias. También dio licencia a los frailes para secularizarse. Voy ahora a hacer una recapitulación de los hechos en el Perú desde que me escapé del Callao, en la que ·se verá una breve narra-
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