Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 57 ejército español, me llenaron de agradecimiento, como si fuera un rescate de la anarquía y confusión que habíamos vivido por algún tiempo. A los pocos días de la ilegada de los españoles, y tan pronto como las cosas se tranquilizaron, escribí al General español, en alusión a nuestra escuela, contándole lo que habíamos hecho, y el estado en que nos encontrábamos en el momento. Le expuse la naturaleza de nuestras escuelas, y le manifesté que establecimientos similares, se habían implantado y fomentado en varias partes del mundo. Claro que le mencioné, particularmen– te, lo que se había hecho en España. Después de exponer estas cosas, le pedí que me informara si debíamos seguir con las escue– las, o si debíamos cerrarlas inmediatamente. En respuesta, recibí una carta muy cortés, dicíendo que es– taba informado y p1enamente persuadido, que la escuela era un establecimiento muy útil baj o mi administración, y que deseaba que siguiera, hasta que el Virrey comunicara su opinión sobre el asunto. i 1 ~I En mi carta al General, le incluía una copia de la carta que yo pensaba enviar al Virrey, y le pedía su opinión sobre ella y le preguntaba si debía mandarla al Cuzco. Contestó, que la carta le parecía muy apropiada, y que si yo deseaba, él podía enviársela directamente al Virrey, con el fin de tener la seguridad de su lle- gada a destino. Puede estar seguro, que acepté muy agradecido, y que le mandé 1.nmediatamente la carta para que él la enviara al Virrey. Al día siguiente, visité al General para agradecerle su bondad al proteger nuestra escuela, y para agradecerle, también, por el trabajo que se había dado con la referida carta. Fui recibido muy amablemente por él y estimulado para seguir adelante con mi tra– bajo. De esta manera, Ud. ve que tenemos un nuevo ejemplo de la graciosa bondad de Dios Nuestro Señor, al concederme ayuda con el Gobernador de esta parte del mundo, no obstante la opo– sición de ideas del uno y del otro . Creo que le informé a Ud. a poco tiempo de mi llegada a es– te lugar, que el Gobierno ordenó que los Frailes Dominicanos nos entregaran el colegio que les pertenecía, para establecimiento de nuestra escuela. El traslado de los frailes y el abandono del co– legio, fue efectuado sin el menor murmullo, o por lo menos sin oir el menor murmullo de parte de los monjes. Este colegio es un edificio bastante grande, y muy bien adap– tado a los propósitos de una escuela central. Tenemos una gran
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