Relaciones de viajeros
R.t:.LACW Es .DE vtAJEROS 65 Se supone, sin mbargo, que la confesión de los pecados se hace con el fin de obtener su perdón. Y en la confesión ¿a quién debe acudir el penitente si no es al ministro de Cristo para que lo instruya en la esencia del arrepentimiento? Para prevenirlo de un engaño y de creer que está arrepentido de sus pecados cuando no s así, es necesario enseñarles cuáles son los signos de sincero arrepentimiento; y cuando el sacerdote encuentra que el peniten– te está ya como debe ser, entonces, en virtud del poder que Cris– to les dio a sus ministros, éstos los absuelven de sus pecados. En respuesta a lo que dijo, me expresé diciendo que yo consi– deraba que es deber del hombre confesar sus pecados a Dios, pe– ro es sólo con él que lo debemos hacer, y no con otra persona, y en las Escrituras se asegura, que si nosotros le confesamos nues– tros pecados humilde y sinceramente, y pedimos perdón por in– termedio de Nuestro Señor Jesucristo, obtendremos la misericor– dia que pedimos. Luego dije, que creía que nadie podía perdonar los pecados sino Dios, y respecto al poder dado al apóstol Pedro y a los otros apóstoles, de poder perdonar los pecados de los hombres o no, yo concibo, que es un poder de hacerlo solamente en cierta far· ma, es decir, en la forma que corresponde a las instrucciones que ellos recibieron de su divino Maestro. Aclaré esto poniendo como ejemplo el caso de un embaja· dor enviado por su soberano con términos de paz donde un mo– narca vecino. El Embajador, dije, está autorizado a hacer la paz entre las dos naciones, o sea, poner fin a la guerra o continuarla. Sin embargo, él no está en la libertad de hacer esto en la forma que desee, sino solamente siguiendo las instrucciones autorizadas por su soberano. De esta manera, continué, es igual con los embajada~ res que Jesús envió al mundo; ellos fueron enviados a proclamar y celebrar la paz entre Dios y el hombre, pero debieran hacerlo sólo en una forma, es decir, en la forma que se les ha prescrito y de lo cual hablaremos dentro de poco. En cuanto a la superioridad del apóstol Pedro, a la que Ud. se refiere, continué, es fácil de ver en qué consiste el gran honor conferido a él, y hasta dónde se extiende éste. A él se le prome– tieron las llaves del reino de los cielos, y también, el poder de perdonar o no los pecados; esto último también se confirió a los otros apóstoles, de tal manera, que el gran honor dado a Pedro, consistió en que pusieran las llaves en sus manos. Las llaves son para abrir las puertas, para obtener entrada libre a un lugar que es inaccesible antes de que las puertas sean
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